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120 días de Sodoma, Boccaccio, Chaucer, cuento, Decamerón, Las mil y una noches, Los cuentos de Canterbury, Marqués de Sade, Pier Paolo Pasolini, Salò
por Lilliana Ramos Collado
“El mal es un absoluto al que se oponen sólo nociones fantásticas,
y no hay más que una manera de afirmarse frente a él: asumirlo.”
— Simone de Beauvoir, ¿Hay que quemar a Sade?
No es la primera vez con Salò (1975) que Pasolini decide elaborar una película que se ocupe de indagar en las representaciones, las tramas y los mecanismos del acto de narrar. Recordemos experiencias fílmicas realmente inolvidables como Decamerón (Pasolini 1971), Los Cuentos de Canterbury (Pasolini, 1972) y Las mil y una noches (Pasolini, 1974), en las cuales los personajes se dedican a narrar historias o a representarlas. Los tres textos en los cuales se basan estos filmes —Decameron de Giovanni Boccaccio (ca. 1352-54); Canterbury Tales, de Geoffrey Chaucer (finales siglo XIV); y Alf laylah wa-laylah, o Las mil y una noches (recogidas entre el siglo VIII y el siglo XV d.C.— son compilaciones medievales de relatos de corte popular que comparten el desasosiego de la narración como acto locutorio, y de sus consecuencias con frecuencia funestas en tanto actos de habla. Pero, sobre todo, comparten un interés por la gente trashumante, desplazada, pobre, o caída de sus estatus social, y su interés en la sexualidad y el dinero. Se trata de tres libros de un humor despreocupado en los cuales incluso la tragedia es objeto de broma. Pasolini asume ese tono despreocupado y liviano en sus respectivos filmes, aunque siempre manifiesta el double standard del autor y su intención crítica.
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