¿Dónde caerá ese beso tan urgente que devolverá la humanidad al edificio y a nosotros? En la superficie interior o exterior, contesta Lavin, pues es lugar donde la arquitectura está a punto de ser otra cosa, donde es más vulnerable y susceptible a expresar su verdadero potencial.
Lilliana Ramos Collado
En su libro On Kissing, Tickling, and Being Bored (1993), Adam Phillips afirma que un beso condensa la vida personal y el carácter del que besa, y le permite regresar al niño que fue, aquel que siempre estaba curioso por saber a qué sabían las bocas de los demás. Pero besar implica domesticar, controlar el deseo de comerse al otro que uno besa. Porque necesitamos al otro: para besarse hacen falta dos.
Desde niños, nuestras vidas revolotean en torno a nuestros deseos, y siempre me ha extrañado que, siendo la arquitectura omnipresente en nuestras vidas, hablemos de estar apegados al terruño y no a la casa que habitamos. En nuestro presente ruidoso, hacinado y, en general hostil, estamos perdiendo la capacidad afectiva de dejarnos envolver —y hasta besar— por los lugares que nos cobijan.

Sylvia Lavin. Kissing Architecture. Princeton: Princeton University Press (2011).
Desde hace 2000 años, el propio Vitruvio —llamado acertadamente “padre de la arquitectura occidental”—, reconocía la apetencia como esencial en la tríada de la construcción: firmitas,utilitas, venustas, es decir, solidez, utilidad, deseo. El edificio debía ser tan estético como Venus: debía provocarnos placer, impactar todos nuestros sentidos con oleadas de deleite. Hoy compramos la casa por el estatus social que nos da, porque cabemos en ella, porque está cerca del trabajo. El placer ha quedado en segundo plano. Ya no disfrutamos la casa desde el cuerpo.
Sylvia Lavin, en su divertido y sugerente libro Kissing Architecture (2011), nos trae de vuelta a esa propuesta primitiva de asumir el edificio como lugar del placer más primitivo —el placer de los sentidos—, y nos propone una teoría de la arquitectura como escenario del beso, un “beso prolongao”, como nos canturreaba en un famoso tango Carlos Gardel al hablarnos del amor por su barrio.
A Lavin le preocupa el estatismo del objeto arquitectónico: desde las pirámides hasta las enormes iglesias renacentistas, desde la llamada “arquitectura de papel” como el Cenotafio de Isaac Newton por Louis Etienne Boullée, hasta los edificios de oficinas, los museos y los aeropuertos diseñados por importantes arquitectos contemporáneos, la arquitectura es masa y poder, enormidad que nos sobrecoge, contundencia material. Y propone que, para relajarse un poco y volverse accesible a los sentidos y a los afectos, la arquitectura se bese con otras disciplinas.
¿Dónde caerá ese beso tan urgente que devolverá la humanidad al edificio y a nosotros? En la superficie interior o exterior, contesta Lavin, pues es lugar donde la arquitectura está a punto de ser otra cosa, donde es más vulnerable y susceptible a expresar su verdadero potencial. Al acoger obras de vídeo en la superficie, se crearía una piel cambiante, transparente, que evocaría texturas, color, movimiento, provocando placeres estéticos relacionados, no con la proyección, sino con el contacto de dos medios artísticos, la proyección y la pared. La pared cobraría vida, interés, al abrazar y besar —ese contacto delicioso y superficial, invitante y excitante— la proyección. En un ambiente así, podríamos, literalmente, habitar el beso.
Lavin da ejemplos fascinantes, como la vitrina de Saks Fifth Avenue diseñada por Frederick y Lillian Kiesler (1929) y la Casa de Cristal (2008), de James Welling, obras que permiten el beso entre interior y exterior, y la impresionante Sala de Conciertos Alice Tully (2009) en el Lincoln Center en Nueva York, diseñada por Diller Scofidio + Renfro, cuyo espacio escenifica, mediante superficies iridiscentes de madera, la caricia del público, un beso visual.
Lavin afirma que “besarse no es una colaboración entre dos que busca un todo unificado, es la fricción íntima entre dos medios que produce una unión en la dualidad —reciprocidad sin identidad— que abre nuevos modelos interpretativos y formales para redefinir la relación de la arquitectura con otros medios y consigo misma.”
De modo que, mientras nos demos un paseíto a pie por las calles de Santurce y veamos ese “beso prolongao” que se dan los enormes murales urbanos con las paredes de edificios que ya dábamos por muertos, pensemos que estos muros devueltos a la vida no sólo hablan, sino que se besan y, de paso, besan a su barrio y nos besan a nosotros.
[Publicada originalmente en el Suplemento ¡Ea! de El Nuevo Día, el 28 de abril de 2013]