por Lilliana Ramos Collado
En su sugerente libro El arte de la memoria (1966), Frances Yates traza la historia de la tecnología memorística desde la antigüedad grecolatina hasta el Renacimiento. El interés primordial de su trabajo es examinar el desarrollo de este arte, que ella se ocupa de distinguir sistemáticamente de la mnemotécnica, como base a su verdadero interés: las obras de Giulio Camillo, Giordano Bruno, y Robert Fludd. En su ruta hacia el Renacimiento, Yates se fija con particular atención en las aportaciones de Platón y Aristóteles, Cicerón, Quintiliano y el autor desconocido de Ad Herennium, así como en los escolásticos Alberto Magno y Tomás de Aquino. Vale señalar que la cronología de Yates es difícil de seguir. Da la impresión que ella ha preferido discutir textos y autores, no en el orden en que escribieron sus textos, sino en el orden en que fueron descubiertos, leídos e incluidos en la discusión de este arte en la Edad Media. Esto me parece interesante, pues con este orden entronca con la teoría de la recepción ocupándose del momento en que las obras han tenido efecto, y no en el momento de su origen.
La primera parada de Yates es la antigüedad latina. Señala como las fuentes principales del Arte de la Memoria o Memoria Artificial el Ad Herennium, texto pedagógico de un retor desconocido del 86 A.C., que da a este arte unos contornos que probarán ser bastante firmes a lo largo de la historia. Según el Ad Herenium, el arte de la memoria “es como un alfabeto interno” y lo que se escribe con él se coloca en lugares de la memoria. Dice el retor: “Pues los lugares son muy parecidos a tablillas de cera o de papel, las imágenes son como letras, la colocación y disposición de las imágenes como el guión, y la dicción es como la lectura.” Obviamente, es esencial que los lugares formen una serie para que podamos recordarlos en ese orden, de suerte que el retor pueda partir de cualquier lugar de la serie y desplazarse hacia adelante y hacia atrás.
Según el Ad Herennium, la formación de loci o lugares memorísticos es de primordial importancia, pues el mismo conjunto de ellos ha de ser empleado una y otra vez para recordar materiales diferentes: como si escribiéramos en tablillas de cera. Ahora bien, las imágenes que van a colocarse en estos loci son de una naturaleza peculiar. Según el retor, son de dos clases: imágenes de cosas (memoria rerum) e imágenes de palabras (memoria verborum). Las cosas son la materia del discurso y las palabras son el lenguaje del que la materia se viste. Las imágenes de cosas, para tener impacto y pervivencia en la memoria, deben imágenes vigorosas y agudas con las que se pueda establecer similitudes sorprendentes. Dice el retor: [p. 22-23]
Es decir, el retor auxilia a la memoria excitando afectos emocionales mediante imágenes sorprendentes y desacostumbradas, deformes, cómicas u obscenas, de fuerte carácter visual. Con la memoria artificial, nos hemos desplazado a un mundo extraordinario, pleno de lo que el retor llama “imágenes agentes”. Yates resume así la aportación del retor del Ad Herennium:
“Singular es en verdad este arte invisible de la memoria. Refleja la arquitectura antigua pero con un espíritu nada clásico, centra su elección en lugares irregulares y evita los órdenes simétricos. Está llena de imágenes humanas de una clase muy particular… figuras [que] están llenas de actividad y dramatismo, son persuasivamente hermosas o grotescas. Recuerdan más a las figuras de una catedral gótica que propiamente las del arte clásico. Aparecen desprovistas de toda moralidad, ya que tienen como única función la de impresionar emocionalmente la memoria a causa de su rareza o particular idiosincrasia.
Cicerón, que escribe su De oratore 30 años después, y a quien la Edad Media le atribuyó la autoría del Ad Herennium, trata sobre las cinco partes de la retórica y propone una memoria artificial basada en técnicas idénticas a las del anónimo retor: [cita, pág. 31-32]
Es, no obstante, en su De inventione que Cicerón hará su aportación definitiva al desarrollo de la memoria artificial de la Edad Media. En este texto, Cicerón, o Tullius, como se le conoció más tarde, inserta la discusión de la memoria en la de las cuatro virtudes: la Prudencia, la Justicia, La Fortaleza y la Templanza. La memoria pasó a formar parte de la Prudencia. [Def. pág. 35] La práctica de la memoria artificial se convirtió en parte de la virtud de la Prudencia. Y es desde este punto de vista que la acogerán con entusiasmo los escolásticos posteriormente, ya que Alberto Magno y Tomás desvincularían la memoria de la retórica para introducirla en la ética.
Quintiliano escribe su Institutio oratoria en el Siglo I D.C. Según Yates, la postura de Quintiliano hacia la memoria es ambigua, ya que la remite a la naturaleza del retor y no a su arte. No obstante, al describir las técnicas, guarda estrecha relación con las propuestas del Ad Herennium y de Cicerón. Es Quintiliano, no obstante, el que precisa para nosotros las reglas para construir los loci memorísticos: [pág. 36-37]
Luego de terminar su discusión de la memoria artificial latina, Yates recoge la aportación griega, comenzando por la anécdota de Simónides y Scopas [anéctota]. Es curiosa la relación que Yates vé entre el origen del arte memorístico y la frase “ut pictura poesis”, atribuída a este poeta. Por un lado, tenemos la importancia de los loci, el orden y la intensiva visualidad de la memoria. Por otro lado, tenemos la relación simbiótica y sinergética de la pintura y la poesía, de la imagen y la palabra. [reglas de Simónides, pág. 45-46]
Yates continúa con Platón y Aristóteles, en orden inverso al cronológico:
La teoría aristotélica de la memoria y la reminiscencia está basada en la teoría del conocimiento que expone el filósofo en De anima. Las percepciones que aportan los cinco sentidos son, en primer lugar, tratadas y elaboradas por la facultad de la imaginación, y son las imágenes así formadas las que constituyen el material de la facultad intelectual. La imaginación es la intermediaria entre la percepción y el pensamiento. Así, en tanto que todo conocimiento deriva de las impresiones sensoriales, el pensamiento actúa sobre ellas, ya cualificadas, tras haber sido tratadas y absorbidas por la facultad imaginativa. Es la parte del alma que hace las imágenes la que realiza el trabajo que constituye los procesos más elevados del intelecto. Dice Aristóteles: “No se puede aprender o entender nada si no se tiene la facultad de la percepción; incluso cuando se piensa especulativamente, se ha de tener algún diseño mental en el cual apoyar el pensamiento.” (p. 49)
Para Aristóteles, la memoria pertenece a la misma parte del alma que la imaginación. Es un archivo de diseños mentales que proceden de las impresiones sensoriales, a las que se le añade el elemento temporal, ya que las imágenes mentales de la memoria no parten de las cosas presentes sino de las pasadas. [distinción entre la recordación y la reminiscencia, págs. 50-51]
A diferencia de Aristóteles, para Platón, el conocimiento no se deriva de las impresiones sensoriales, sino de impresiones, formas o moldes de las Ideas que están latentes en el alma, las realidades que conocía el alma antes de su descenso al mundo nuestro, al mundo inferior. No es en la vida donde hemos visto los tipos, sino antes de que la vida comenzase, por lo que el conocimiento yace innato en nuestras memorias. El conocimiento verdadero consiste en ajustar las improntas procedentes de las imágenes sensoriales con las improntas de las Formas o Ideas a que corresponden los objetos sensoriales. El fin de la retórica será, pues, el llevarnos a recordar estas Formas o Ideas que entrañan el conocimiento de la verdad. La memoria, pues, es el cimiento del concepto platónico del conocimiento. [Teuth, pág. 55]
Este concepto de que el alma posee memoria va a ser fundamental para permitir que la memoria oscile convenientemente entre el artificio y la virtud. El impacto mayor de la relación entre la memoria y la cualidad divina del alma tendrá lugar en San Agustín. [Agustín, pág. 64-65] Es en calidad de cristiano que Agustín busca a Dios en la memoria, y en calidad de platonista cristiano basado en la creencia de que el conocimiento de lo divino está innato en la memoria. La memoria agustiniana es un proceso de búsqueda y descubrimiento, de regreso al estado anterior a la expulsión del ser humano del Paraíso.
Según Yates, el desarrollo de la memoria artificial en la Edad Media puede describirse como la moralización del arte de la memoria según una amalgama de las ideas platónicas, aristotélicas y ciceronianas (se consideraba que el Ad Herennium era la Segunda retórica de Tullius) que versaron tanto sobre la retórica como sobre las virtudes y la constitución del alma. Cito de Yates: [pág. 74] La memoria artificial se desplazó, pues, de la retórica a la ética. Claro está, el medioevo interpretará las reglas memorísticas según sus necesidades. Ya en el Siglo XII, esta versión medieval de la memoria artificial aparece codificada. Citamos de la Rhetorica Novissima de Boncompagno: [pág. 79-80.]
Obviamente, en conexión con la necesidad primaria de recordar el Paraíso y el Infierno —los nuevos loci memorísticos— como ejercicio principal de la memoria, Boncompagno pone su lista de virtudes y de vicios, a los que llama “notas memoriales” que podemos llamar guías o signacula mediante las cuales podremos dirigirnos con la frecuencia deseada por los senderos de la recordación. Según Yates, Boncompagno fue, probablemente, el telón de fondo de las propuestas escolásticas de Alberto Magno y Tomás de Aquino.
Es en manos de los escolásticos que se afirma la participación de la memoria en una de las virtudes: la Prudencia. En su De bono, (Siglo XIII), Alberto Magno une los comentarios aristotélicos sobre la reminiscencia con el Ad Herennium atribuido a Tullius. La memoria es elevada a la parte racional del alma. Alberto propone las siguientes reglas para la elección de lugares: [pág. 84] Según Alberto, la memoria funde y utiliza los loca corporalia que pasan a ser loca imaginabilia. Estos loca llevan consigo su intentio. La imagen escogida para la memorística, de la Justicia, por ejemplo, llevará consigo la intención de alcanzar dicha virtud. Curiosamente, para operar, la memoria necesita que las cosas se conviertan en metáforas, porque las metáforas son más conmovedoras y se agarran mejor al alma en el proceso de recordar. Vale mencionar que mover y excitar la imaginación y las emociones con metaphorica parecen oponerse al puritanismo escolástico racionalista. Estamos de nuevo ante las imágenes agentes de los rétores latinos. [p. 87] ¡La memoria artificial alcanza así su triunfo moral!
En resumen, para Alberto, el proceso de la memoria artificial es un proceso de desmaterialización que va desde los loca corporalia vía las metaphorica hasta alcanzar el territorio del intelecto. Aquí pega la hebra Tomás de Aquino con su postura sobre la memoria artificial.
Tomás relaciona la ética aristotélica con las virtudes ciceronianas, y todas ellas con el ejercicio de la memoria, bajo la égida de la Prudencia, cuyas partes son memoria, intelligentia y providentia. Rescata de Aristóteles la idea de que “El hombre no puede entender sin imágenes [phantasmata]; la imagen es la similitud de la cosa corporal, pero la intelección lo es de universales, que han de ser abstraídos a partir de los particulares.” (p. 91) Es así que la memoria pasa a tener un espacio ambiguo tanto en la parte del alma donde está la fantasía y en la que pertenece a la razón. [pág. 92]
Tomás, establece, pues sus normas memorísticas: [pág. 96], normas que nos remiten de nuevo a la memoria artificial. Tomás ve una relación entre las imágenes que por su cualidad memorativa escogía el orador romano, y las transforma en similitudes corporales de intenciones espirituales. Las reglas de lugares adquieren también un sentido devocional, en el que lo más importante es el orden. Yates ve, no obstante, una unión interesante entre la abstracción escolástica y la necesidad memorística de proveer imágenes adecuadas, percusivas, para afianzar el proceso de la memoria. El mejor ejemplo lo encuentra en las Sagradas Escrituras en las que se utilizan la metáfora y la parábola para referirse a contenidos espirituales inasibles de otra manera.
Para terminar, Yates señala con énfasis que es la orden dominica, a la que pertenecieron Alberto Magno y Tomás de Aquino la que revivió la oratoria con fines de predicación. Las Summae de imágenes y ejemplos para la fabricación de los sermones de predicadores tendrán una íntima relación con el arte de la memoria artificial. [pág. 109 Cimigniano y San Concordio]
Pues no podemos olvidar que el propósito de los escolásticos era emplear el saber antiguo, sobre todo el saber aristotélico, para defender y promover la iglesia. Y fue la predicación la que mejor aprovechó estos procesos memorísticos para fines proselitistas…
[1996]