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Venida al mundo como un regalo de los dioses, Pandora —literalmente «Todos los Dones» o «Todos los regalos»— trajo una caja que le regaló el padre de los dioses con la advertencia de que no debía abrirla jamás. Pero la curiosidad de Pandora pudo más que la ley del padre y, al abrirla, saltaron felices la catástrofe, el hambre y la necesidad. El mundo nunca fue igual gracias a Pandora pues fue ella la causante del mal en el mundo. Y el «mal» no era otra cosa que la libertad de la mujer, su participación social, su derecho a existir, a pensar y a hacer.

Jean Cousin,

Jean Cousin, «Eva Prima Pandora» (ca. 1550).

por Lilliana Ramos Collado

Ya, desde el comienzo de la literatura occidental, se hablaba del “linaje de las mujeres”. Pero no como un linaje de buenas madres y de eficientes amas de casa, sino como peligrosas sibilas, insidiosas solteronas, crueles despechadas o insufribles chismosas. Peligrosas por encender el deseo, amenazantes por guardar secretos, problemáticas por producir progenie y poner en cuestión el orden del mundo. Para Hesíodo, en su Teogonía, Pandora, como Eva en la mitología cristiana, fue la primera mujer mortal. Venida al mundo como un regalo de los dioses, Pandora —literalmente «Todos los Dones» o «Todos los regalos»— trajo una caja que le regaló el padre de los dioses con la advertencia de que no debía abrirla jamás. Pero la curiosidad de Pandora pudo más que la ley del padre y, al abrirla, saltaron felices la catástrofe, el hambre y la necesidad. El mundo nunca fue igual gracias a Pandora pues fue ella la causante del mal en el mundo. Y el «mal» no era otra cosa que la libertad de la mujer, su participación social, su derecho a existir, a pensar y a hacer.

Bien mirada, esa caja llena de «males» era probablemente el vientre mismo de Pandora. Preñada quién sabe por quién, trajo al mundo una boca más que alimentar en medio de un tiempo de hambre y escasez, según nos consta de la historia de Grecia: Hesíodo vivió en un tiempo de hambruna.  Not kool. Propongo que los «males» que liberó Pandora fueron, probablemente, su linaje: las nuevas mujeres que vendrían a parir otras mujeres que crearían en los hombres un deseo sexual tan feroz que no podrían hacer otra cosa que gastar sus magras fuerzas entrando y saliendo de esos mismos vientres de los cuales luego de asomaría otra y otra y otra pequeña mujer. Claro, en mi versión del mito, Pandora, que había sido fabricada por Hefesto a petición de Zeus para casarla con Epimeteo (hermano de Prometeo) como venganza contra los mortales (a quienes ya Prometeo habrá regalado el fuego divino), fue la que dio a su esposo el verdadero y supuesto mal: más mujeres en un mundo de tentaciones, de deseos erizados, y de la dura consecuencia de hijos que alimentar. Un chisme más entre dioses y mortales.

Pintor de Pistoxenos,

Pintor de Pistoxenos, «Vaso con Apolo y Pandora» (ca. 480 a.C.)

El linaje de Pandora es, pues, una línea de mujeres que traen más mujeres al mundo como venganza del deseo sexual de los hombres que se adentran en esos vientres olvidando las consecuencias. No deja de ser interesante que en la literatura escrita por mujeres sea ese linaje el inicio y la espina dorsal de la historia. Así la Delfina de Mme de Stael, o la bellísima To the Lighthouse, de Virginia Woolf, o, más cerca nuestr,o La casa de los espíritus, de Isabel Allende, o, por acá en la isla, algún poema de Rosario Ferré de su bello libro Fábulas de la garza desangrada. La madre, vista por la hija, la abuela vista por la nieta, son lugares literarios cuyo vientre narra, con voz cavernosa, la historia de una sociedad convulsa que deposita su memoria en la transformación convulsa del hogar. Relacionado con el agua, con en sentimiento oceánico, ese vientre sucesivo de mujeres emparentadas en el deber de aumentar la población del mundo y de guardar esa memoria creciente se va convirtiendo en sede de los conflictos que marcan la igualmente sucesiva lucha de poder de esas madres mitológicas quienes, siempre preteridas detrás de una historia manejada por hombres, se presentan como fieras hambrientas de asumir un lugar en el mundo.

Lo que me llama la atención, pues, no es que Hesíodo inventara a Pandora y nos hablara del gesto estúpido de abrir su caja y soltar el mal sobre el mundo. Lo que sorprende es cómo muchas mujeres que narran sus historias ven su lugar en el linaje de las mujeres como un espacio de guerra contra la madre, contra la la abuela o contra la hija.

Pues el síntoma de la histérica —preguntar insistentemente por su identidad, según Jacques Lacan— tiene todo que ver con Pandora, quien abrió su caja prohibida para encontrarse a sí misma dentro de ella. Pandora, al abrir su caja se asomó a su vientre, y lo que allí encontró fue su propio poder: el de llenar el mundo de Pandoras. De ahí que tengamos que dejar de pelear entre nosotras —abuelas, madres, hijas, amigas— para que nadie pueda controlar el linaje de las mujeres. Pues eso me parece que, a fin de cuentas, salvará al mundo. En fin, que viva Pandora, su hija, su madre y su abuela… hagamos crecer el linaje de las mujeres.

Pintor de Eretria,

Pintor de Eretria, «Vaso negro con figuras rojas», de finales del siglo V a.C.