Etiquetas
Benito Pérez Galdós, La desheredada, literaturidad, metanarrativa, Miguel de Unamuno, novela del siglo XIX, novela española, novela realista, realismo europeo
por Lilliana Ramos Collado
Una de las marcas más obvias de la deposición de los realismos literarios a finales del siglo XIX es la conciencia creciente de la literaturidad, la propuesta escritural de que el texto sea leído, antes que nada y por sobre todo, como ficción, literatura. La artificiosidad literaria, que había sido anatemizada en los manifiestos románticos de Rousseau, Wordsworth, Coleridge, Shelley, Hugo y Bécquer, entre otros, llegó a buen puerto al irse empañando la noción del texto como espejo, como transmisor puntual de información —sobre el mundo, sobre el sujeto— que pretendió conformar el texto realista por lo menos desde Stendhal.[1]
Las calles de las grandes ciudades de la temprana mitad del siglo XIX eran, para los primeros escritores realistas, laberintos, extraños zoológicos, espacio de horribles desengaños y renuncia al ideal: Illusions perdues de Balzac y Bleak House de Dickens son elocuentes manifestaciones del primer positivismo en acelerada pujanza, de los arrolladores cambios en la producción socioeconómica que habrían de transformar la sociedad decimonónica entera.[2] Después de la mitad del siglo, la propuesta naturalista ante la ciudad ya monstruosa y estallante fue controlar y extirpar los males sociales y la relajación moral creados por un hacinamiento tanto verdadero como metafórico. La mirada quirúrgica, instrumento de la “novela experimental” de Zola, debía abrir de un tajo y sanear, entre otras cosas, el “vientre de París”. La propuesta resultó atractiva, especialmente por el terror de las clases más altas a las masas desprivilegiadas y hambrientas que pululaban por la ciudad,[3] una ciudad cuyo hedor y podredumbre se asociaban con el cuerpo femenino. Del realismo pretendidamente objetivo de la primera mitad del siglo, se llegó a un naturalismo que, ansiando la hiperobjetividad, violentó las bases mismas de la observación científica y monstrificó a los desposeídos al hacerlos víctimas de la genealogía, el momento y el ambiente. Por todas partes, naturaleza; y el escritor: un avatar, un oráculo, un médico cuyo objeto de investigación y análisis era, preferentemente, el cuerpo de la mujer, el corpus de lo femenino. Sigue leyendo