por Lilliana Ramos Collado

Portada de la edición tercera, falsificada, de las «Novelas ejemplares» de Miguel de Cervantes.
Para Ani Fernández Sein, por su jardín.
“Este texto… es también la pieza, puede ser que sea una pieza de moneda falsa, a saber, una máquina de provocar acontecimientos: en primer lugar, el acontecimiento del texto que está ahí, como un relato que se da o se ofrece a la lectura… pero asimismo y, por consiguiente, a partir de ahí, en el orden de lo posible abierto y aleatorio, un acontecimiento que puede provocar otros sin fin asignable, en interminable serie, un acontecimiento rebosante de otros acontecimientos que, no obstante, tienen en común el ser siempre propicios a esta escena del engaño…. el engaño es también un asunto de don, de excusa, de perdón o de no-perdón para un … don siempre improbable.”
—Jacques Derrida, Dar (el) tiempo
Primer momento: El libro de las metamorfosis
No[1] es sólo que la hechicera Cañizares, en El coloquio de los perros, cite El asno de oro de Apuleyo[2]: es que las doce novelas ejemplares usan la metamorfosis de los personajes como recurso principalísimo de sus tramas. Seguir el hilo de las metamorfosis, rasgar el disfraz, o descifrar la verdadera identidad a pesar del engaño o del fingimiento son las actividades que parecen pautar las tramas de estas novelas. Veamos:
Preciosa no es gitana, ni es gitano su prometido; el “amante liberal” termina con una escena en que Ricaredo y Leonisa regresan a su patria disfrazados de árabes para luego asombrar al pueblo revelando su identidad; Rinconete y Cortadillo cambian de traje, de oficio, de amos; la española es inglesa, es y no es huérfana, pasa de hermosa a fea a hermosa, de casada a prometida a casi monja a casada; Tomás Rodaja pasa de ser nada a ser estudiante y luego soldado y luego loco y luego cuerdo, y de carne a vidrio y a carne; Leocadia, de virgen a violada, de madre a prima a madre y esposa, de la oscuridad a la luz, halada la trama de su vida por la fuerza de la sangre; Loaysa, en El celoso extremeño, cambia constantemente de aspecto, según su auditorio; la ilustre fregona lo es y no, como tampoco lo son el aguador y el mozo de mulas de Argüello; las dos doncellas, Teodosia y Leocadia, no sólo no son caballeros, sino que no son doncellas; en La señora Cornelia, se confunden los personajes masculinos según quien vista un sombrero particular —de hecho, el sombrero es la marca de identidad, pero es el sombrero el que cambia de hombre; en El casamiento engañoso, la identidad de Estefanía está en el aire por buen rato, oscilando entre esposa y puta, y el alférez cambia de estado según vista o no su uniforme lleno de cintas; no se sabe si Cipión y Berganza son hombres transformados en perros o perros dotados de humano discurso y entendimiento.
Mejor aún, la metamorfosis da la pauta de la trama, es sucesiva peripecia, vértigo, identidad en fuga que se narra. Sigue leyendo →
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