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La adaptación teatral de Gil René es una joya pues de muchas maneras hace buenas las promesas y las sorpresas que ofrece Luis Negrón a sus lectores en los cuentos de Mundo cruel.

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por Lilliana Ramos Collado

Mundo cruel, adaptación teatral de Gil René del libro de cuentos de Luis Negrón

Cambiar de musa no es tan fácil. No es que las “sister arts” necesariamente se repelan, y se pelen unas a las otras y se peleen entre sí… pero lo cierto es que hay muchas musas porque ninguna puede ser todas las musas. Cada género o medio artístico tiene lo suyo propio y su modo de ser y de hacer. De ahí que haya cierta desesperación justificada al intentar cross-overs entre, por ejemplo, la poesía y la pintura, la narrativa escrita y la narrativa cinematográfica, o entre la novela y el teatro, incluso entre el teatro y el cine. El ut pictura poiesis (como la pintura, la poesía) es, definitivamente, una utopía. Por algo una escoge un género para elaborar una idea, y deja de lado los demás. El salto intergenérico con frecuencia es un salto al vacío que puede llevarnos a la muerte, o peor: al ridículo.

Mucho me pone a pensar la impecable, delirante, jocosa y temeraria adaptación que ha hecho Gil René del muy exitoso libro de cuentos de Luis Negrón, Mundo cruel. Publicado hace apenas cinco años, esta colección de cuentos le ha dado la vuelta a Puerto Rico, se lanzó con éxito rotundo en su migración hacia el inglés gracias a las notables y notorias capacidades interlingüísticas de Suzanne Jill Levine (que le ganaron al libro el prestigioso premio Lambda hace dos años), y se preparan traducciones a otros idiomas, luego de ediciones en español en otros países en América Latina. Mucha gente ha leído y ha comentado los cuentos de Mundo cruel, de modo que una adaptación teatral se enfrenta a un público conocedor del libro, que ya tiene sus ideas hechas, y que ya está acostumbrado a pensar estas historias narrativas sobre la página, y no sobre un escenario. Pero voy al grano: la adaptación teatral de Gil René es una joya pues de muchas maneras hace buenas las promesas y las sorpresas que ofrece Luis Negrón a sus lectores en Mundo cruel.

Lo primero que salta a la vista al leer el libro es la sátira con frecuencia convulsa que preña sus narraciones. Con gran tino, Negrón convoca la fauna y la flora del mundo gay de clase media baja y obrera del barrio de Santurce, espacio en abierta decadencia donde se dan cita otras minorías sin cuento: emigrantes dominicanos, el vistoso mundo de la prostitución trans, diversos tipos de adictos a substancias psicoactivas, ancianos que perdieron el barco del progreso, deambulantes, los más recientes migrantes del campo a la ciudad, hoy rodeados por bolsillos del arte, pequeños enclaves de teatro y performance, y un contingente de creadores de arte urbano.

Santurce es una especie de no-lugar lleno de sorpresas, hoyos negros y espacios ruinosos que bien puede considerarse un espacio intermedial imposible de demografiar o cartografiar. En ese barrio de Santurce los personajes de Mundo cruel se entregan a sus vidas pequeñas y, en general, invisibles. Aparte de una narración tersa, bien cuidada, que invita al lector y que no esconde sus secretos detrás de una fachada compleja, en general, los cuentos narran situaciones hilarantes que ponen en cuestión la tragedia de lo evidentemente trágico. Negrón suele dirigir su humor a sus compañeros de viaje y de muchas maneras comenta críticamente la banalidad y el capricho de la vida gay más tópica. Y se sale con la suya: la complejidad de los cuentos no estriba en su lenguaje ni en su estructura narrativa, sino en una ironía que se muerde su propia cola. La risa de sí mismo es el secreto de la densidad semántica y política de Mundo cruel.

Gil René se contonea en el preludio a

Gil René se contonea en el preludio a «Mundo cruel». Foto por José Luis Cortés tomada de Facebook.

Ahora bien, dar el salto desde esa ironía sobre la cual el lector puede regresar cuando lo desee, a la intensidad y la rapidez que exige el teatro ha sido, me imagino yo, un riesgo y un trabajo enormes. Los cuentos, en general narrados en primera persona, pueden convertirse fácilmente en cantilenas moralizantes o en palabrería hueca. Y las situaciones humorísticas pueden degenerar en el Show del Mediodía. Ese era el reto que enfrentó Gil René cuando comenzó la adaptación teatral de Mundo cruel hace más de un año. La solución: Gil René decidió reconceptualizar las narraciones y convertirlas en (melo)dramas, y buscar en la historia del teatro aquellas formas que estaban dirigidas a crear instancias de sátira teatral. En “La Edwin” escuchamos un solo lado de una conversación telefónica en la cual un homosexual “loquita”, mientras plancha, narra a otro los últimos sucesos en la vida de “la Edwin”, un homosexual remolón que se niega a ser “pato” y que ha sufrido por lo mismo un revés en su relación con un militante político a quien se le llama “Fidel”, prócer”, etc. Es la estructura unidireccional del chisme la que se ventila aquí, típica de los sitcoms televisivos, quizás una caricatura de una Lucile Ball, o quizás alguna escena de comedias livianas tipo The Merry Wives of Windsor, de Shakespeare. El monólogo simulado por la conversación telefónica nos obliga a imaginar cómo el interlocutor del personaje escénico va refutando la historia. La liviandad del protagonista que narra un chisme malintencionado nos lleva a la vida simple, lite, de la comedia televisiva. El proceso mismo de planchar nos invita a pensar en la mentalidad chata y simplista del personaje, su propia incapacidad para comprender su pobre situación en un mundo abusivo y cruel. Mejor pensado, esta puesta en escena rivaliza en estructura con algún episodio del Show de Sunshine Logroño en la televisión boricua, pues la loquitas “de verdad” se comportan como “loquitas de televisión”, es decir, como “loquitas de embuste”.

La escenografía de

La escenografía de «Mundo cruel». Foto por Naldo Bagué tomada de Facebook.

Sabemos que la sátira es un género híbrido, tan híbrido como Freud, en su libro sobre el chiste, dijo que es el humor: en la mente sostenemos a la vez cuestiones opuestas o imposibles de relacionar. El ir de una a la otra nos lleva a la risa. La sátira es, de hecho, una crítica que es a la vez en broma y en serio, a la vez un cuadro de (malas) costumbres y una pastoril. Usada para atormentar la maldad y la opresión, el prejuicio y la degradación, la sátira nos da armas para desconstruir la ideología conservadora. Al pasar al teatro, la sátira deviene “comedy of manners”, deleite del teatro inglés del siglo XVII en manos de un Ben Jonson y del teatro francés de la misma época en manos del genio de un Molière. Desde este género teatral que se burla del habitus de un grupo o una clase social Gil René lleva a escena el cuento “El vampiro de Moca”, y desde la propia voz del protagonista, disecta las falsas expectativas de un homosexual entrado en años que se enamora de un joven machito que a fin de cuentas resulta no ser tan machito nada. En su propio monólogo, el personaje va desnudándose poco a poco hasta quedar en la osamenta cursi, ciega, de un viejo verde, personaje tan caro a Molière.

El protagonista de

El protagonista de «Junito» explica a un miembro del público que hace el papel de Junito, por qué se muda a Boston… Foto de Yolanda Arroyo Pizarro.

“Junito” es un falso diálogo entre el protagonista y un interlocutor (Junito) quien, aunque está en escena, nunca habla. Gil René, para recalcar el carácter fuera-de-escena de Junito, permite que el protagonista seleccione a alguien del público y lo traiga al escenario. El protagonista, que espera en una parada de guagua, se topa con Junito, un viejo conocido que parece ser homosexual. Le explica que al otro día parte para Boston, donde podrá ser más feliz. Una y otra vez le dice a Junito que gente como él se debe ir a vivir a los Estados Unidos, donde hay mayor tolerancia hacia los homosexuales. Luego resulta ser que el hijo menor del protagonista parece ser homosexual y él no va a permitir que le hagan daño, y por eso quiere, a fin de cuentas, mudarse a Boston. Este monólogo problemático, en que el protagonista va revelando paulatinamente su verdadero motivo para irse de Puerto Rico, tiene ricos antecedentes: por ejemplo, el monólogo de Helena en Las Troyanas, de Eurípides, el monólogo final de Galileo Galilei en la obra homónima de Bertolt Brecht, incluso el monólogo de la protagonista en Los ángeles se han fatigado, una pieza para teatro de cámara de nuestro Luis Rafael Sánchez. Común a estos monólogos es la indecisión del protagonista y su uso del monólogo para ir ordenando su pensamiento lentamente. Ésta me pareció la mejor adaptación de Gil René en toda la obra.

El elegido (Gil René) sale de la oscuridad para convidarnos a cantar con él unos cuantos coritos de su nueva iglesia… Foto de Yolanda Arroyo PIzarro.

El elegido (Gil René) sale de la oscuridad para convidarnos a cantar con él unos cuantos coritos de su nueva iglesia… Foto de Yolanda Arroyo PIzarro.

Para “El elegido”, Gil René escogió recurrir a la commedia dell’arte italiana, con su pantomima, sus vestuarios estrafalarios, y el motivo del joven burlándose de los viejos. Hecho en cámara negra y ropa luminiscente, con voice over y música cantada en vivo, la narración se convierte en la burla de una prédica religiosa que descompone las lecciones de una Biblia mal leída. El protagonista, una loquita atrevida e impenitente que seduce a todo el que lo mira, se va apoderando del mundo a malversar, como en la commedia dell’arte, los mores de clase y las pretensiones morales de los demás personajes quienes, para efectos de escena, están reducidos a sus ropajes o investiduras. La máscara y el disfraz actúan en escena como ocasiones de revelación de las justas intenciones de cada cual, siendo el protagonista, que siempre sabe lo que quiere, el único personaje “auténtico”, los demás siendo cuerpos ausentes representados por sus ropas. El juego de oscuridades y el blanco luminiscente de las ropas reduce el escenario a ropas vacías, fantasmales, que denuncian la vacuidad de las pretensiones de una religión falsificada, y que, bien mirada, nos hace reír ante su propia farsa.

“Muchos” saca lo mejor de la comedia shakespeariana, con su juego de géneros, con los papeles femeninos interpretados por hombres, y con la evidente intención de que nadie en el público olvide ese travestismo ingenioso y tópico. Dos vecinas, separadas por una verja, conversan mientras desempeñan tareas domésticas. Sale a relucir una vecina dominicana que tiene un niño homosexual, y brotan en la conversación entre dos chismosas travestidas los prejuicios contra los homosexuales y contra los dominicanos. La gracia viene de los movimientos, el lenguaje y el tema de estos actores vestidos de mujeres, y su crítica hipócrita a la vecina dominicana que nunca aparece en escena. Al final, las mujeres tejen una larga lista de todos los homosexuales del vecindario de los que tienen noticia, y da la impresión de que en Santurce hay más homosexuales que gente “normal”. Esta adaptación es, en realidad, un comentario sobre la naturaleza esencialmente queer del teatro, no sólo el de Shakespeare, sino todo acto en que uno haga el papel de otro. Esa investidura travesti, sin la cual no hay teatro posible, es la ocasión para presentar cuánto de la población no es “normal”, sino que está oculta bajo el velo casi transparente de una pretensión, de una moralidad falsa.

Juana Cruz

Gabriel Leyva, en el papel de Naldi, canturrea una bachata al lado de su perra Guayama, que está encerrada en un freezer en Santurce en la adaptación teatral del cuento «Guayama». Foto de Juana Cruz tomada de Facebook.

“Guayama”, mi cuento favorito del libro de Negrón, deviene, en la adaptación de Gil René, un “miusical”. Naldi, desesperado por poder taxidemizar a su perra Guayama recientemente “puesta a dormir”, persigue a Sammy, su ex, entre Puerto Rico y República Dominicana, tratando de cobrarle un dinero que le prestó para hacer “unas cortinitas”. Ese dinero lo usará Naldi para disecar a su perra Guayama y así tenerla para siempre a su lado. Basado en las cartitas y mensajes que deja Naldi a Sammy, el cuento termina con Naldi preso por hurto de identidad y la pobre Guayama depositada en un freezer del FBI (lo que me recuerda al perrito Bob congelado en un freezer en el filme When Night is Falling, de Patricia Rozema, 1995). En la adaptación de Gil René, los mensajes de Naldi (que nunca son contestados por Sammy) se convierten en la letra de una bachata dominicana que Naldi canturrea frente a un micrófono, con algunos momentos hablados, como en la hiperfamosa secuencia del film Fifth Element, con Bruce Willis y Chris Tucker, salvo que, en Mundo cruel, Gabriel Leyva hace ambos papeles pero con el mismo impacto hilarante de esta canción musicalizada por Gil René. En todo momento, la falta de rima del texto cantado, y la imposibilidad de cuadrarlo con la música y con el mood de la bachata nos saca de quicio, colaborando más y más con develar la estupidez de Naldi y su caer en la tragedia de la cárcel por tratar de preservar a su perra. De modo que, “Guayama, el musical”, con el cual cierra la adaptación de Mundo cruel que realiza Gil René, nos lleva al centro de las vidas caprichosas, de gran potencial satírico, que narra Luis Negrón.

Naldi (Gabriel Leiva) en pleno bachateo inspirado en

Naldi (Gabriel Leyva) en pleno bachateo inspirado en «Guayama». Foto de Yolanda Arroyo Pizarro.

La escenografía de la adaptación de Gil René, realizada por Gustavo Alvarado Burgos, da la impresión de salir de un enorme guiñol: un collage vistoso y colorido de diversos rincones y edificios emblemáticos de Santurce, entre los cuales destacan sus museos principales, los murales urbanos y ciertas calles más conocidas, lugares que no necesariamente son los más frecuentados por la comunidad gay de Santurce. Sí quiero destacar cómo ese arte-de-fachada oculta una entraña aviesa, que no se declara con facilidad. En esa superficie predominan lo hétero y lo formal, el arte “de verdad”, y no la sátira charra, la bachata, y la mariconería cursi. La iluminación, realizada por Pamela López Maldonado, está trabajada para crear la idea de brilloteo, de lentejuela, de falsa luz, de ornamento de mal gusto, y así nos recibe la obra: comienza con un travesti (Gil René) de espaldas y ondeando sus caderas caladas con vestido de cabaretera, rodeado de estrellas de colores proyectadas en el escenario, y luego el mismo travesti quitándose sus ropas poco a poco para quedar, literalmente, en sus nalgas desnudas y medio caídas de hombre maduro y maltratado por la vida.

Ricardo Vargas MOlina

La escenografía de «Mundo cruel». Foto de Ricardo Vargas Molina tomada de Facebook.

Las actuaciones de Gabriel Leyva y de Gil René van de lo literal (que en el mundo gay nunca lo es, porque la loca imita exageradamente a una mujer exagerada y melodramática) a lo burlesco (cuando el homosexual se da cuenta de su ridículo y se sale del papel de la loca para convertirse en un guiñapo al perder su máscara), y así se mueven a repartirse papeles, dramas, caricaturas de un complejo zoológico de personajes. Cantar, bailar, bufonear, pantomimar, o, simplemente, asumir un rol, son los diversos momentos escénicos que habitan estos dos actores con un tino y un timing impresionantes. Hacía tiempo que no me reía tanto, pero con esa risa que duele y duele y duele. Luis Negrón y Gil René, ¡¡¡mi dream team!!!