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Charles Baudelaire, Giulio Romano, Jacques Stella, Las Musas

Giulio Romano, Las Musas en compañía de Apolo (1520)
Lilliana Ramos Collado
Nunca me cuesta acercarme a un cuadro para escucharlo. Aprendí a pegar la oreja al óleo con Charles Baudelaire, quien bien sabía, como lo sabemos sin saber que lo sabemos, que las artes son, en realidad, buenas hermanas. Aquí mi traducción de «Correspondencias»:
La naturaleza es templo donde vivos pilares
dejan, a veces, brotar palabras confusas;
bosques de símbolos allí el hombre cruza
que le observan con miradas familiares.
Como largos ecos que de lejos se confunden
en una oscura y profunda unidad,
vasta como la noche y como la claridad,
los perfumes, los colores y los sonidos se responden.
Hay perfumes frescos cual carnes de infantes,
suaves cual oboes, verdes cual praderas,
y otros corruptos, ricos y triunfantes,
que en cosas inmensas se han expandido,
como el ámbar, el almizcle, el benjuí y el incienso,
que cantan los vuelos del alma y de los sentidos.
Las artes hermanas son eso, el tresvasamiento de las intenciones de aquellas musas hijas de la Mnemosyne (la memoria), que nos dieron el canto de muchas formas: Calíope, musa de la elocuencia, nos otorga el verbo cadencioso, inolvidable, para exaltar la multitud y llevarla hacia el conocimiento. Clío, musa de la Historia, organiza el tiempo repleto de acontecimientos y así nos permite saber lo que fuimos, lo que somos y lo que habremos un día de ser. Erato nos inspira la poesía amorosa y bella, y nos hace estallar el corazón. Euterpe nos enfila hacia el sonido y nos enseña a ordenarlo en melodías, en tonadas, en enormes construcciones que rivalizan con la compleja banda sonora de la naturaleza. Melpómene, gracias al ritual de la catarsis, nos permite asomarnos a lo social desde la crítica trágica que provocan nuestros propios errores. Hacia el himno y la celebración del universo nos exalta Polimnia, son su invitación a celebrar aquello que no hicimos con nuestra propia mano, sino que heredamos de la fiesta universal de la creación. Talía nos enseña a reir y a razonar con la comedia, distancia necesaria para catar nuestro frágil lugar en el mundo. Terpsícore templa nuestro cuerpo para la danza, nos otorga ese descoyuntamiento que, si bien viene del cuerpo, nos hace imitar el viento, el agua, las estaciones y todos esos ritmos que signan la vida en común entre nosotros y los elementos. Y Urania, la astrónoma, nos invita a mirar la noche y a construir, con el reguero de estrellas que tachonan la oscuridad, constelaciones que son respuestas a los grandes misterios de la vida y de la muerte.
Pero ellas se hermanan y nos hacen danzar frente a una estatua; y también se juntan y se confunden para que, del pespunteo de las estrellas, broten las notas de una canción; y de nuevo se juntan para hacernos reír y llorar y confundir la tragedia con la comedia; y nos permiten evocar paisajes con melodías hechas del soplo del viento y de las olas que rompen en la playa. Qué elocuentes se vuelven ciertas pinturas, y qué himnos tan grandes formamos en la arena y, así, ¡cómo se confunden olores y sonidos, texturas y cadencias, volteretas e historias!
El mundo está amarrado por las artes hermanas, y no hay escapatoria de esa maleable unidad que explica por qué nuestro cuerpo y nuestra mente son capaces de tantas y tantas respuestas ante la belleza. Una belleza que nunca termina de ser… bella.