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por Lilliana Ramos Collado

Frankenstein (James Whale, 1931), con Boris Karloff en el papel de la criatura.

Frankenstein (James Whale, 1931), con Boris Karloff en el papel de la criatura.

Esta breve nota recoge mis experimentos al utilizar en clase, a primer nivel universitario, la novela Franskenstein, o el Prometeo moderno (1818), de Mary Shelley, quien lo publicó cuando apenas tenía 18 años de edad. Mi experiencia usando en clase esta excelente novela siempre fue interesante, divertida y profunda. L@s estudiantes que siempre se resistían a leer, sucumbían a Frankenstein y participaban en clase con entusiasmo. Y debo decir que, cada vez que la usé, pude cubrir todos los temas de la Ilustración y el Romanticismo sin perder la atención de l@s estudiantes más renuentes. Combinarla con las películas mejores y peores sobre la pobre criatura, y con los más recientes cómicbucs, funciona de maravilla. Ahí van mis trucos y mis inventos.

Frankenstein entre la ciencia y la melancolía

La novela Frankenstein, o el Prometeo moderno (1818), de Mary Shelley nos invita a meditar sobre las categorías morales de la Ilustración en cuanto a la divulgación del conocimiento. Víctor Frankenstein, un estudiante de filosofía natural en plena Ilustración, realiza descubrimientos que pueden beneficiar grandemente a la humanidad pero decide mantener todo su trabajo en secreto. Su trabajo es complejo y nocturno, aunque completamente “científico”. Esto va a contrapelo del espíritu ilustrado de los enciclopedistas, que realizaban su recopilación del conocimiento humano precisamente para que la mayor cantidad posible de personas tuviera acceso a éste. El secretismo del Dr. Frankenstein permite discutir en clase el status de los saberes científicos a finales del Siglo XVIII, sobre todo de la medicina ilustrada y sus desarrollos. En esta novela, la imagen de la ciencia es negativa, opuesta a la imagen de los Enciclopedistas.

La discusión de Frankenstein también permite explorar el imaginario de la Revolución francesa a través de la postulación de la multitud desatada como fuerza natural incontrolable y anónima. Vemos el monstruo, construido con pedazos de muchos cadáveres enterrados en tumbas anónimas, recibir una educación precaria por modelaje de la burguesía aristocratizada, adquiere los gustos y las expectativas de los miembros de dicha clase, y aprende a reclamar un lugar en la sociedad. Tratándose del momento en que se plantea la dignificación del individuo como ciudadano, independientemente de su extracción social o capacidad propietaria, Frankenstein cuestiona lo que podría considerarse como la falta de “sinceridad” de la alta burguesía en cuanto a aceptar a este nuevo ciudadano anónimo y sin rostro que hasta ese momento se había asociado con la multitud indigente, sin educación, sin identidad, etc. Esto permite la discusión en clase de la Declaración de los derechos del hombre y del asalto napoleónico al espíritu revolucionario. Mary Shelley insinúa que, el igual que Napoleón le da la espalda a la creación de la masa ciudadana como nuevo Prometeo, Víctor Frankenstein abandona al monstruo recién nacido a los azares de la realidad social.

Colin Clive (Dr. Henry Frankenstein, en el filme de 1931) en su "workshop of filthy creation".

Colin Clive (Dr. Henry Frankenstein, en el filme de 1931) en su «workshop of filthy creation».

La novela nos presenta, además, al monstruo como fuerza natural. También presenta una naturaleza majestuosa, “monstrificada”, misteriosa, incontrolable. El estado climatológico constante en el texto es la tormenta, la naturaleza salida del orden neoclásico del jardín, del locus amoenus. Se advierte que la naturaleza americana se coloca en un renglón aún más alto de fuerza e incontinencia al mencionarse que el monstruo está dispuesto a aislarse para siempre en América del Sur, una vez le fabriquen una compañera. Esto permite discutir el concepto romántico de la naturaleza (e.g., la “falacia patética”, la noche, la violencia y naturaleza sobrecogedora) y su one-upper en América, al introducir la lectura de “La naturaleza. La tierra madre del hombre…” del libro Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia” (Elizabeth Burgos, ed.), o los poemas que Pablo Neruda le dedica a Machu Pichu.

Dada la estructuración de los personajes, Frankenstein nos permite explorar el concepto de individuo en transición entre la Ilustración y el Romanticismo. Del relativo optimismo cientificista ilustrado, llegamos a un nuevo individuo que busca ir más allá de los convencionalismos y las reglas sociales, y va fundando una identidad como trascendencia. La vida interior se eleva a primer plano y surge un interés creciente en la interioridad y la intimidad en sus aspectos más extremos: desde la cotidianidad familiar hasta los erotismos más acendrados y desviados. Al postular personalidades “desviadas”, histéricas, “oscuras”, “atormentadas”, Mary Shelley entra a hurgar en el subconsciente, muy avant la lettre. La novela problematiza la relación del individuo consigo mismo (uso del doppleganger), el incesto (los sentimientos equívocos de Víctor Frankenstein hacia su madre y hacia su casi-hermana Elizabeth, quien muere en su lecho de bodas), el onanismo, la cópula monstruosa, etc. Tenemos en esta novela un planteamiento muy complejo sobre el deseo social y el deseo sexual, que se entrecruzan y se contraponen sin fáciles soluciones.

La novela también problematiza en pormenor la relación ética entre padres e hijos, y sus deberes respectivos, y se adelanta a las teorías de la subalternidad (Spivak), ya que coloca a la criatura en el papel de la mujer marginada y/o anormal, al basar esta discusión en el primer libro teórico feminista, A Vindication of the Rights of Women, de Mary Woolstonecraft, madre de Mary Shelley.

Bernie Wrightson, ilustración para  "Franskenstein, Alive Alive #1" (IDW, s.f.)

Bernie Wrightson, ilustración para «Franskenstein, Alive Alive #1» (IDW, s.f.)

Temas culturales

La novela de Mary Shelley puede aprovecharse para introducir en el curso una breve antología de poesía romántica, precisamente porque incluye varios poemas de los poetas más conocidos de su momento. La novela se nutre de la imaginería romántica de lo onírico, la imaginación, el creador-artista, etc. Además, permite discutir en contexto algunos fragmentos del Prefacio a Cromwell de Hugo. La discusión sobre la nueva raza invencible de monstruos que podría vencer a la raza humana, daría pié a un breve excursus sobre los hallazgos de Charles Darwin en cuanto al origen del hombre y la selección natural. El motivo de la novia muerta permitirá, además, trazar una línea hacia Edgar Allan Poe y elaborar todavía más sobre la estructuración de la personalidad del romántico y su visión de la mujer. De aquí puede introducirse una discusión sobre la representación de las esferas de lo masculino y lo femenino entre la Ilustración y el Romanticismo.

El estudio de Frankenstein también permite discutir el ideal del viaje romántico del joven inexperto para aprender acerca del mundo y de la humanidad, como a fines de siglo XVII ha dicho el Marqué de Sade: “Se aprende sobre alma humana en las desgracias y en los viajes”. Este viaje romántico tiene su una relación tensa en el viaje científico de la Ilustración, y puede aprovecharse para discutir pasajes de Goethe en su Fausto, Viaje por Italia y Teoría del color, incluso la relación con los viajes del monstruo y la serie de novelas de ciencia ficción que Julio Verne nombró “Viajes extraordinarios” (entre otros, 20,000 leguas de viaje submarino, La vuelta al mundo en 80 días, De la tierra a la luna, Cinco semanas en globo, El castillo en los Cárpatos y la serie de novelas “hiperbóreas”, como La esfinge de hielo y La narrativa de Arthur Gordon Pym).

Otra vista fija de Frankenstein, 1931.

Otra vista fija de Frankenstein, 1931.

En cuanto a la introducción de otras ramas del arte, durante la discusión de Frankenstein puede estudiarse la música programática romántica (6ta Sinfonía de Beethoven, 3er movimiento, “La tormenta”); permitirá conversar sobre la iconografía de la ilustración tardía y el romanticismo en cuanto a la melancolía y lo irracional (relación con el Capricho 43 de Goya, “El sueño de la razón produce monstruos”) y puede dar base a la introducción a la pintura paisajística y pintoresca del Romanticismo europeo, sobre todo un Friedrich o un Turner.

El vínculo entre el creador maldito y la obra baudelaireana es obvio. Me parece que los estudiantes se beneficiarían con el contexto de Frankenstein para estudiar algunas selecciones de Les fleurs du mal más adelante en el semestre. Por otro lado, me parece que el estudio del texto complejo y problemático de Frankenstein es buen asiento sobre el cual colocar la lectura de selecciones de Así habló Zaratustra, de F. Nietzsche.

Los estudiantes podrían ver, antes del día pautado para comenzar la discusión de Frankenstein, algunas de las películas elaboradas con el tema de este personaje y su criatura. Estas experiencias pueden aprovecharse para discutir cómo se transforma una obra al cambiar del género narrativo literario a la narrativa cinematográfica, lo cual propiciará la exploración de la estructura respectiva de los géneros de creación. Permitiría también hablar sobre el concepto de “versión”, “vulgarización” y “tergiversación” de las obras, entre otros.

Frankenstein, o el Prometeo moderno, de Mary Shelley es un tesoro de temas, todos los cuales interesarán al lector joven. Esa ha sido mi experiencia por muchos años substitución del Fausto de Goethe. Y si algún burócrata escolar te pregunta por qué has cambiado a uno por el otro, bastará afirmar, sin pestañear, “¡Por qué no! ¡¡¡Los dos nombres empiezan con ‘F’!!!” Eso fue lo que dije yo cuando me preguntaron, y funcionó.

Retrato de Mary Woolstonecraft Shelley por Richard Rothwell (1940).

Retrato de Mary Woolstonecraft Shelley por Richard Rothwell (1940).

Una notita sobre las mejores ediciones:

La mejor versión de Frankenstein es la original, publicada en 1818. Hago la advertencia porque muchos años después, problemente presionada por familiares y amigos, Mery Shelley hizo cambios substanciales a su narrativa, casi todos para tornarla más conservadora en términos morales, de modo que es mejor asegurarse de que el texto que se vaya a usar se refiera a la edición no «censurada» por la propia autora. Las mejores ediciones contemporáneas son la de la editorial Norton, de Nueva York, que contiene al final notas críticas, y otro material de interés, tanto para el profesor como para el estudiante. La mejor edificón al español es la publicada por la Editorial Cátedra, de Madrid, en varias reimpresiones. Tiene un prólogo excelente y fluye con elegancia y precisión de principio a fin.