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Orlando es una novela divertida y profunda. Buena literatura en su cumbre.

Portada de la edición original de Orlando (1928), de Virginia Woolf, y de la traducción al español de Jorge Luis Borges (1937).
por Lilliana Ramos Collado
La primera vez que leí Orlando, de la novelista inglesa Virginia Woolf, fue en versión española, en una traducción fascinante de Jorge Luis Borges. La tomé de un anaquel en la vieja Librería La Tertulia porque, al ver en la contraportada el nombre de Borges—a quien ya había yo comenzado a leer—, sentí un espaldarazo de calidad.
Del blurb de Borges me capturó la frase de que Orlando es “sin duda [la novela] más intensa de Virginia Woolf y una de las más singulares y desesperantes de nuestra época…” y su afirmación absoluta de que “La magia, la amargura y la felicidad colaboran en este libro”. De hecho, la trama es alucinante.
Comienza con Orlando decapitando moros en el ático de su casa, jugando a ser un héroe cristiano en las Cruzadas, escena que aprovecha la “biógrafa” para describir la perfecta belleza de este adolescente. Al trazar el retrato, la confusa narración nos recuerda la descripción que hace Jacob Burckhardt del “hombre renacentista”: un rostro de perfecta simetría, airoso, estilizado y joven, femenino. La belleza de Orlando proviene de su androginia.
Su primera aventura “adulta” es ser brevemente amante de Isabel I de Inglaterra, para luego perseguir a una joven y exótica rusa, cuyo romance se desarrolla durante la Gran Helada de 1608 sobre el Támesis. El fracaso de este romance lleva a Orlando a regresar a un poema —“El roble”—que dejó atrás en su juventud. Su amistad con el escritor Nick Greene se torna agria cuando el sazonado poeta le critica y ridiculiza en un escrito público.
Orlando decide regresar a su casa y dedicarse a sus labores. Carlos II lo destaca como embajador en Constantinopla y, en medio de un motín civil, Orlando cae dormido por varios días y despierta transformado en mujer. La nueva Lady Orlando escapa con un grupo de gitanos , y regresará a Inglaterra a luchar por recobrar su herencia y su rango aristocrático, pleito que dramatiza la pérdida de derechos de las mujeres en el siglo XVIII.
Pero, inexplicablemente, el tiempo ha pasado. Lo que comenzó en tiempos de Isabel, ha llegado al siglo XVIII. Orlando ha viajado entre Oriente y Occidente, y ha cambiado de amigos, de vestido, de sexo, pero sobre todo, de tiempos, siempre regresando a su poema “El roble”. Pronto entrará en el siglo XIX, y llegará al XX. Esta biografía novelada terminará justo en el año en que Woolf la terminó: 1928.
Orlando es, de muchas maneras, un tour de force. Más de 300 años de historia de las ambiciones políticas europeas van acompañados de una minuciosa atención a la historia de los géneros sexuales y sus diversos prestigios y derechos; vemos cómo va cambiando la literatura inglesa en cuanto a estilos y temas, pues comenzamos leyendo una prosa de aventuras y terminamos con una prosa lírica del tipo de la propia Woolf.
El asunto de la historia literaria es esencial, pues el desarrollo del poema “El roble” tiene que ver con las ganancias de libertad de las mujeres escritoras y de cómo no será hasta el siglo XX que la autora tendrá “una habitación propia” y podrá escribir de tú a tú con los hombres, contrario a la fracasada “hermana de Shakespeare”, personaje imaginario a quien Woolf dedica uno de sus ensayos feministas más agudos.

Vita Sackville-West y Virginia Woolf
Orlando es muchas cosas: primero que nada, y literalmente, la biografía fantasiosa de Vita Sackville-West, amante de Woolf; probablemente la primera novela queer, donde el gozo de la transexualidad deviene icónico; es una historia de los derechos de la mujer y un aplauso a los adelantos de género en el siglo XX; es una novela sobre el desarrollo de la literatura inglesa y sobre el papel de la mujer en ella a través del tiempo; y es un modelo de ficción en cuanto al manejo del lenguaje, de los recursos narrativos, y de su temática. El humor es extraordinario, genial.
Pero sobre todo Orlando es una novela divertida y profunda. Buena literatura en su cumbre. Un libro inolvidable.
[Esta reseña se publicó en El Nuevo Día el 30 de marzo de 2014.]