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Andrea Mantegna, "Adoración de los Magos" (1500)

Andrea Mantegna, «Adoración de los Magos» (1500)

por Lilliana Ramos Collado

Recuerdo haber leído hace años que, paseando Elvis Presley por una calle del downtown en Los Ángeles, se detuvo a mirar una vitrina donde se exhibía un costoso Jaguar. Estando allí de pie se acercó una chica obviamente latina, que también se detuvo a observar el hermoso automóvil deportivo, lujoso y refulgente. La chica, hablando para sí misma, dijo, “¡quién tuviera los chavos para esto!” Inmediatamente Elvis entró en el dealer de carros y en un momento salió con la llave del carro y se la puso en la mano a la chica. Le dijo, “Toma, te lo regalo”.

El evento capturó de inmediato la atención de la prensa internacional: Elvis, ya pesado y decaído, agobiado por las drogas, deformado por una enorme barriga, los ojos un poco hinchados, y su andar torpe, acababa de realizar un acto de generosidad inédito, excesivo, digno del rey del Rock & Roll: un capricho enorme, un regalo escandaloso. La pregunta huelga: ¿De qué se trata este regalo?

Regalar no es simple. No se regala por mero impulso. Lo consideramos un deber en fechas consabidas, damos un objeto, una ocasión, cuando hay que hacerlo. No pensamos mucho en el contenido o en el significado de lo dado, pues consideramos que lo importante es “la intención”, así entre comillas. Nos parece que un regalo es un regalo. Lo damos y ya, esperando sin embargo un agradecimiento instantáneo.

Ahí está el error. Este regalo apresurado y en realidad insignificante, es decir, que carece de significado para nosotras, constituye una responsabilidad ritual en una sociedad de consumo para la cual todo regalo es un “resuelve”. Este regalo impersonal, dado porque se debe dar, no es un regalo.

Man Ray, "El regalo", (1921).

Man Ray, «El regalo», (1921).

El regalo surge en las sociedades primitivas como un modo de hacer sociedad y de crear vínculos con los otros, crear relaciones de equidad y fortalecer las relaciones tanto entre las personas como entre los grupos. Nos dice Claude Lévi-Strauss, al explicar que el regalo encarna el «principio de reciprocidad» en la cultura, que el regalo original fue el cuerpo de la mujer: el rey de una tribu regalaba a su hija al rey de otra tribu para garantizar la paz, del mismo modo el jefe de familia regalaba a otro jefe de familia una de sus hijas para garantizar la colaboración social gracias al nacimiento de un heredero mutuo. De ahí las cientos de esposas del Rey Salomón, por ejemplo. El harén del jeque oriental tenía todo que ver con la paz de su reino antes que con una erótica del gobierno.

El regalo tenía valor sólo si circulaba. Era importante heredar la espada de un padre guerrero y llevarla con honor en la batalla, tener un collar o un brazalete dado por una persona a otra, de modo que, algún día, esta persona lo pasara pa’lante en señal de respeto o en una ceremonia especial. El regalo debía circular para ganar valor, y mientras circulaba sostenía la forma social y los respetos mutuos.

Así, en la imaginación medieval, los tres Reyes Magos trajeron regalos al niño Jesús en espera de ser reconocidos como vasallos del Rey de Reyes. Del mismo modo, el Mío Cid dio a sus vasallos una tierra y un nombre, y los vasallos le reciprocarían con su lealtad y la fuerza de su brazo. Y cuando las hijas del Cid se casaron, el rey celebró una gran fiesta donde le hizo regalos a los invitados, de modo que esa comunidad aceptara este nuevo matrimonio y la promesa de su prosperidad. Las ofrendas a los dioses buscaban armonía y buena fe de parte y parte. Se trataba de mantener el principio de reciprocidad: un regalo iba y otro venía. Igualdad, paridad, respuesta mutua. El regalo fundaba la paz.

Pero regresemos a Elvis. Un regalo que no se puede reciprocar es, según Marcel Mauss en su extraordinario libro Ensayo sobre el regalo,  un “regalo envenenado”. Deja al que recibe en desventaja, crea disparidad, recordándole que no es igual que el Otro que le dio el regalo, que está subordinado a ese Otro, que está sometido a la bondad férrea de ese Otro. Envenenado fue el regalo de Elvis a la chica frente a aquella vitrina. Ella no pudo responderle, y él mantuvo —perversamente— su standing como Rey del Rock & Roll.