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Andrómeda, Balzac, Cien años de soledad, El ahogado más hermoso del mundo, El Gabo, Eréndira, Gabriel García Márquez, Noche de Epifanía, Ovidio, Persiles, Rilke, Santiago Nasar
por Lilliana Ramos Collado
El regreso, en García Márquez, es como el retorno de lo reprimido, que aquí se torna en el origen del relato. Origen olvidado o escamoteado. La genialidad del manejo de este origen es lo que nos agarra a la trama: tratar de dar con un por qué. Como en las novelas detectivescas, sin el motivo no hay trama. ¿Por qué, en Cien años de soledad, algunas familias no tendrán una segunda oportunidad sobre la tierra?
Llegamos a ese final —un apocalipsis— para catar cómo, de hecho, esa oportunidad se está desvaneciendo con el viento y sus ráfagas; así como llegamos a la muerte de Santiago Nasar tras un atormentado relato que va y viene buscando y a la vez escamoteando el motivo. Una investigación periodística se pierde por los recovecos de una comunidad testigo y cómplice que guarda silencio de forma pasivo-agresiva —como si la realidad fuera un teatro que nos pide silencio y oscuridad en la sala, de modo que sólo las figuras en escena expresen sus vidas. Sueños premonitorios, redundancias en la trama, frases lapidarias sobre el futuro, sobre el pasado, sobre la memoria, van creando una atmósfera en que el destino se manifiesta imparable, escrito en piedra.
¿Fue la belleza de Nasar la culpable, su desplante a una mujer enamorada, los celos de otros hombres esmirriados? Así fue la historia probable de Esteban, el ahogado más hermoso del mundo, descrito casi como un Nasar, que termina llegando al Caribe como un regalo de belleza a un pueblo que la había perdido. Nasar, claro está, tiene un problema: llega vivo a la “isla” y esa vida viva le costará la vida. Sigue leyendo