Etiquetas
arquitectura, ciudad, Ciudad México, cuerpo humano, el laberinto, Nueva York, Viejo San Juan
La ciudad se eleva sobre la destrucción y el desgaste paulatinos de la ciudad misma: sometida a las necesidades individuales y colectivas de sus habitantes y de la relación dialógica entre ciudad y entorno, la ciudad vive del cambio, y se manifiesta, más que como un lugar, como un proceso.
por Lilliana Ramos Collado
El laberinto está hecho para que el visitante no se vaya, para que permanezca en los confines de la ciudad, para que abra su maleta, la vacíe y coloque sus pertenencias en gavetas para así convertirse en habitante permanente que recorre una y otra vez calles que redibujan la forma del laberinto, es decir, la forma de la ciudad. Quizás el habitante llegue a dominar las rutas y descubra las que llevan a otra parte, pero el visitante, por ejemplo, siempre se perderá al no haber tenido el tiempo de descubrir las rutas verdaderas. Quizás esta verdad sea la que ha convertido a nuestras urbanizaciones cerradas en pequeñas ciudadelas amuralladas que son pequeños laberintos designados a atrapar al visitante, a castigar al ladrón. Pues el laberinto obedece al paradigma de la disyunción entre alternativas inciertas, de cuyo acierto ocasional e inesperado, el caminante no puede aprender a cómo salir de ahí. Sigue leyendo