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elocuencia, lenguaje poético, metáfora, poesía, poeta, sentido figurado, teoría de la metáfora
No es tener hambre, sino ‘morirse de hambre’; ni llorar, sino ‘deshacerse en llanto’; ni confesar, sino ‘abrir el corazón de par en par’. Nuestro cuerpo se multiplica al multiplicarse el cimiento de nuestro discurso. El drama de nuestra vida reside en la metáfora.
Lilliana Ramos Collado
Una amiga me pide que le pida a la poesía que me rapte para que, englutida de su aura, les cuente —en la lengua apropiada— sus efectos secundarios. Si bien me convida a tarea tan hermosa, nada de simple tiene, y así convido a la poesía a que se sirva de mi voz para desde mí vocear sus instrumentos. Y que el convite lo cite De Palabras, Inc., es decir, que se nos haya invitado desde la incorporación de la palabra al cuerpo de los poetas, basta para pedirle al cuerpo que responda a la tarea como algo que tiene que ver con la materia, con un canto del canto, con un cantito de su cosa para saborear lo que de duro y dulce tiene ésa que anda suelta amarrando las palabras y las cosas: la poesía.
Y comienzo pues con un melifluo priamel en imitación de la celebérrima y pluscuamfamosa Safo de Mitilene*: “No el homo sapiens, no el homo ludens, no el homo ridens, sino el homo recitans es lo que hallo más hermoso sobre la faz tierra”. Desde tiempo inmemorial, se ha tenido la intuición de que lo que nos separa del resto de la creación animal y vegetal no es nuestra capacidad de pensar, ni de jugar, ni de reír, sino la capacidad voluntariosa e incluso espontánea de acercarnos al mundo desde el cristal refractante y variopinto de la metáfora. Decir “la tarde cae”, “ten pendiente que no te coja la noche”, “la muerte tocó a su puerta”, “te comería con los ojos”, “tus labios son de color puta pasión”, “se lo llevó el viento”, nos deja ver que está ya dispuesto en nuestro proceso mental hallar atrechos válidos por el extravío del lenguaje, y el atrecho más maniobrado es, precisamente, la metáfora. Sigue leyendo