Etiquetas
contemplación Georg Simmel puente y puerta, Georg Simmel puente y puerta, puertas, ventanas
por Lilliana Ramos Collado
Pensando en Georg Simmel…
“¿Qué haré, mamma?
Mi amado está en la puerta.”
—Anónimo, Jarcha mozárabe
“Los encajes de seda endurecidos
le burbujean tórridas cosquillas…
ella se vuelve copo, lampo, llama,
y en el silencio su carne vibra.
La luna en la ventana de las lilas.”
—Luis Palés Matos, Las voces secretas
Cuando decimos que, en una fiesta, “vamos a tirar las puertas por las ventanas”, estamos diciendo que la fiesta será tan extraordinaria que alteraremos el orden típico que distingue entre puertas y ventanas. Se trata de virar la casa patasparriba. Mejor, porque damos por sentadas las puertas y las ventanas. Se nos vuelven ausentes, transparentes, sacrificadas siempre a lo que se estima más importante: el acto de entrar o de salir, en el caso de la puerta; el acto de mirar hacia adentro o hacia afuera, en el caso de la ventana. La puerta invita a trasponerla, elemento arquitectónico que nos tienta al tránsito físico y, por lo tanto al movimiento y a la experiencia. La puerta nos abre o nos cierra la posibilidad de una vida activa. Por el contrario, la ventana, marco donde se sitúan en contraposición la imagen del mundo exterior y la del interior, nos sugiere una subjetividad asomada a un paisaje, a un evento, como observadores del mundo. La ventana nos invita a mirar, a conjeturar, a conocer con la mirada: nos invita a una vida contemplativa.
Contrario a la puerta, la ventana nos detiene. Por la ventana no se sale, se escapa. La ventana, usualmente “alta”, se asocia con la torre, con la parte de arriba, con sobrevolar con la mirada aquello que se encuentra afuera. Defenestrarse es suicidarse arrojándose desde una ventana. Entrar por ella es transgredir, violar los códigos de uso que distinguen las puertas de las ventanas, como lo hacen los ladrones, los mirones, los violadores. No es, pues, lo mismo una puerta que una ventana. Es verdad que la puerta, abierta o cerrada, indica que es necesario un permiso para franquearla, pero está en su naturaleza dar acceso: por eso, una puerta cerrada indica encierro, prisión, y una puerta abierta, indica movimiento, libertad.
Lugares densamente simbólicos, la puerta y la ventana sugieren las más peregrinas tramas para organizar la experiencia humana. Lo que sigue es un ejercicio de inventario de este simbolismo que posibilita muchos de los relatos principales que configuran nuestro imaginario individual y social. Sigue leyendo