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El jardín no son las plantas ni las veredas, ni el agua ni el abono. Es el “dónde” evocador. El ángulo de la sombra es vereda para la mirada. El patrón azaroso de las ramas es su figura.
por Lilliana Ramos Collado
Lo he buscado y, como no lo encuentro, lo he ido construyendo. Modelos hay en la imaginación. Modelos trae el deseo. Porque el jardín no es otra cosa que la encarnación de un deseo de paisaje, pero de un paisaje íntimo, como la imagen del corazón.
El jardín no son las plantas ni las veredas, ni el agua ni el abono. Es el “dónde” evocador. El ángulo de la sombra es vereda para la mirada. El patrón azaroso de las ramas es su figura. La convocatoria sensorial —los olores, los matices, el susurro del viento— propone un acorde de voces que sólo nos habla desde la familiaridad de un lugar conocido antes de ser conocido. Y, luego de conocido, perpetuamente enigmático. Debe serlo: la familiaridad absoluta mataría el jardín. Sin misterio, sin aquello que queda inexpresado y expuesto a la errancia de la intuición, no hay jardín. Sigue leyendo