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Carlos Raquel Rivera, Francisco Oller, geografía política, Lilliana Ramos Collado, Myrna Báez, paisaje, pintura paisajista, territorio
por Lilliana Ramos Collado
“Reflexionar sobre la relación cultura-naturaleza significa reflexionar sobre el problema de los límites, tanto materiales como simbólicos: retomar, de una u otra manera, la indiferenciación original.”
—Graciela Silvestri y Fernando Aliata, El paisaje como cifra de armonía
Me gustan mucho los paisajes, reales y pintados. A fin de cuentas, siempre me parecen verdaderos, hasta alegóricos —universales— en su verdad. Cuando los camino, disfruto de esa sensación de dépaysement (despaisajamiento), de sumo desarraigo, de la que habla Jean-François Lyotard en su Scapeland: una se desconcierta ante un paraje sin término. Hundida en el paisaje, desorientada, no veo otro límite que no sea el de mi propia mirada. Visto de cerca el paisaje, me pierdo en detalles cada vez más densos a mayor microscopía. Sea grande o sea pequeña la escala, el paisaje me desborda.
La pintura de paisaje es una especie de ejercicio tenaz, pero esencialmente fallido. Enmarcar un paisaje que ya desde siempre desborda nuestro magro sensorio es, literalmente, tierra sin promisión. El paisaje no cabe en un marco, ni siquiera en un marco epistémico, ni siquiera dentro del abrazo de hierro de las palabras. Es curioso, no obstante, el denuedo con el cual tantos artistas han intentado capturar esa inmensidad que bien pudiéramos llamar teórica. Cada vez que me acerco a un cuadro paisajista, siento que me lo estoy perdiendo todo, en especial, la desmesura de eso que conocemos inadecuadamente como naturaleza. Sigue leyendo