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Apocalipsis, Homero, la tormenta, Lilliana Ramos Collado, mito, representación de la catástrofe, tradiciones populares, Virgilio
por Lilliana Ramos Collado
«Temporal, temporal, allá viene el temporal.
Temporal, temporal, allá viene el temporal.
Qué será de mi Borinquen, cuando llegue el temporal.
Qué será de Puerto Rico, cuando llegue el temporal.»
—Tradicional
La construcción imaginaria de los fenómenos climáticos a través de las culturas suele asumir la forma de relatos fantasiosos protagonizados por seres sobrenaturales y héroes semidivinos o humanos que afirman su valía ante la prueba que el desastre natural constituye para el individuo y su comunidad. Ante la claudicación de todo orden que el desastre implica, el héroe establece un discurso de estabilización que presupone la conversión de un mundo periclitado en un nuevo mundo que habrá de levantarse sobre los escombros dejados atrás por el cataclismo. Así, al decir de Heráclito, nada nace ni muere: todo se trasforma en aras de un constante reprocesamiento de materias y energías, de un perpetuo reciclaje de lenguajes simbólicos que siempre reclaman expresión narrativa mediante relatos del final.
El Apocalipsis o el relato del final, cede al impulso de imaginar ese momento inenarrable ante el cual el entendimiento humano pierde su arraigo y cede a la inhumanidad de una materialidad todopoderosa en su ajenidad e impersonalidad. Pero realmente no cede, sino que propone un relato cuya función es darnos siempre la esperanza de constituir sentido, incluso cuando todo sentido ha llegado a su final, o cuando sólo queda el sentido del final. Situación paradójica que da cuenta de la posibilidad de que el relato sobreviva a su narrador y sea dicho por nadie y por ninguna voz, pero a gritos a través de un paisaje desnudo de toda existencia humana. Como afirma Frank Kermode en su The Sense of an Ending, libro que fecundó grandes controversias en el ámbito de la teoría literaria mundial, nosotros los humanos recurrimos al relato ante la evidencia palmaria del caos y del sinsentido del mundo, porque la forma del relato nos devuelve al orden, al cosmos. Y si bien Kermode admite que recurrir al relato es nuestro triste destino, lo cierto es que el acto de configurar una narración es equiparable al acto de fundar un mundo. Quizás, pues, sea cierto el dictum de Jacques Derrida: “Rien hors du texte”… “Nada fuera del texto”. Habría que decir que no hay mundo sin discurso que lo exprese, pues ese discurso es su condición de inteligibilidad. Sigue leyendo