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Carlos Marx, literatura comprometida, mercancía, Odas de Pablo Neruda, Odas elementales, Pablo Neruda, poesía chilena, poesía social, valor de cambio, valor de uso
por Lilliana Ramos Collado

«… destinada / a relucir, / constelación constante, / redonda rosa de agua, / sobre / la mesa / de las pobres gentes.» Oda a la cebolla
El enigma al que parece buscar solución Neruda en sus tres tomos de Odas elementales[1] tiene que ver, explícitamente, con la justa distribución de las cosas: por un lado, el devolver a las cosas cotidianas su lugar en las vidas de los que no las poseen; por otro, devolverle a las cosas cotidianas su lugar en el lenguaje poético que, como constitutivo de un género literario, suele pasarlas por alto. De modo que la “oda elemental” nerudiana constituye un acto de habla realizado como acto social de distribución igualitaria —si bien simbólica o metafórica— de las palabras y las cosas entre los miembros de la comunidad humana desposeída de palabras y de cosas.
¿Con qué palabras/cosas desplazadas, preteridas o indecorosas[2] Neruda puebla sus Odas? Alimentos humildes (como la papa, la cebolla, el apio, el caldillo de congrio…), los meses del año, días que no son de guardar, aquellas partes del cuerpo que resultan demasiado corpóreas en la poesía (como el cráneo o el hígado, o mi propio ojo —y no el de la amada—), momentos fugaces e irrisorios (como el “día inconsecuente”), las estaciones del año, los útiles o las realidades del escritor (como el diccionario, la tipografía, la crítica, los amados precursores —como Rimbaud o Whitman)… Y cuando se trata de traer a la oda un objeto o asunto exaltado en la poesía tradicional (la luna, las estrellas, el sol, la amada, el mar), el poeta lo acomete con desdoro, quiebra su tradicional belleza, la denuncia, la cuestiona, la vuelve cebolla, apio, mera cosa. Sigue leyendo