por Lilliana Ramos Collado

Edouard Monet, «Estación de St. Lazare» (1877). Los viajes en tren y la lectura de los letreros de los pueblos llevarán al narrador de Proust a imaginar cómo el nombre del pueblo contiene lo que el pueblo es…
I. Teoría del nombre
“Why do we have proper names at all? Obviously to refer to individuals.”
—John Searle, Speech Acts
“…el nombre, ese algo anterior al conocimiento…”
—M. Proust, Contra Sainte-Beuve
“Es posible decir que, poéticamente, toda la Recherche ha salido de algunos nombres.”
—Roland Barthes, “Proust y los nombres”
La preocupación[1] con el nombre propio surge temprano en Du côté de chez Swann de Marcel Proust. La insistencia con la que el narrador advierte la forma o las sensaciones que le producen los nombres de personas, lugares y obras de arte, indica el lugar especial que ocupan en el proceso de significación y en la estructura narrativa. No es, sin embargo, hasta la tercera parte del primer volumen de A la recherche du temps perdu —“Noms de pays: le nom”— que el narrador despliega, a modo de desarrollo de una teoría, lo que importa el nombre propio a su relato.
La teoría del nombre propio en “Noms de pays” se suscita en medio de la discusión sobre las diferencias entre la naturaleza y el artificio humano. La familia está en el proceso de decidir a dónde irá de veraneo ese año y el narrador trata de imaginar esos lugares, primero Balbec, y luego Venecia y Florencia. Dice el narrador:
“Y es que la naturaleza, por los sentimientos que en mí despertaba, me parecía la cosa más opuesta a las producciones mecánicas de los hombres. Cuanto menos marcada estuviera por la mano del hombre, mayor espacio ofrecía a la expansión de mi corazón. Yo había conservado en la memoria el nombre de Balbec, que nos citó Legrandin como el de una playa cercana a ‘esas costas famosas por tantos naufragios y que durante seis meses del año están envueltas en la mortaja de las nieblas y la espuma de las olas…’”[2]
La discusión del nombre propio se enquista, pues, en la dilucidación de cómo pasar de la percepción directa de la experiencia natural, a su representación artificial, realizada por las manos humanas. Se nos propone como un puente posible entre la experiencia y la representación de la experiencia. Y es que el nombre propio, como lo percibe Proust, es un caso especial de la función referencial y esta especialidad le da la flexibilidad suficiente para llevar a cabo la función tan monumental que, como veremos, le asigna Proust en su novela. Sigue leyendo →
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