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arte público, Augusto Marín, Centro de Bellas Artes Puerto Rico, Claró telefonía móvil, Leonardo da Vinci Mona Lisa, Lilliana Ramos Collado, Marcel Duchamp, Margarita Mergal, paisaje urbano, profanación del arte
Los museos, más que exponer obras, exponen la gente a las obras. Son Pepa y Pancha quienes, al entrar al museo, quedan expuestas al arte.
Lilliana Ramos Collado
El interesante comentario —publicado en la revista digital puertorriqueña 80 grados http://www.80grados.net/2012/03/mejorar-a-augusto-marin/ — de la colega Margarita Mergal sobre la intervención publicitaria de Claro sobre el mural de Augusto Marín en el Centro de Bellas Artes en Santurce, Puerto Rico, requiere una meditación profunda pues describe el riesgo de todo arte: hacerse invisible por falta de conexión con el presente, o por falta de pertinencia obvia para el que lo observa. El problema del «arte público» es mayor, pues está ahí asumiendo el riesgo de sobrevivir entre los infinitos estímulos que el paisaje urbano supone.
La oferta sensorial de la ciudad es inmensa, y una obra de arte es un fenómeno más en esa maraña de conexiones deliberadas o accidentales que llamamos «ciudad». Para tener “buen arte público”, el issue no es tener un «gobierno educado», pues si algo queremos evitar son los dirigismos culturales que, precisamente, fueron el origen del Centro de Bellas Artes así como lo conocemos. No nos interesa una cultura que nos venga «desde arriba». Tampoco ese “buen arte” es una cuestión de «gusto» o de «educación» como lo proponían los estetas del siglo XVIII y XIX. Si el arte entraña y vehicula la libertad, no podemos sino invitar al público a que lo trate con la misma libertad con la cual lo asumió el artista. Porque no sólo el artista es libre: Doña Pepa y Doña Pancha también pueden asumir con entera libertad su apoyo al arte. Sigue leyendo