Etiquetas
1001 noches, Homero, John Flaxman, jorge luis borges, Las versiones homéricas, los traductores de las 1001 noches, Odisea, Richard Francis Burton, The Perfumed Garden, traducción
por Lilliana Ramos Collado

Diane Arbus, «Jorge Luis Borges» (1968)
Era de esperarse que los dos escritores cimeros de las letras en lengua española basaran sus obras en traducciones. No es otro el gimmick que da pie al Ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha: el manuscrito de Cide Hamete Benengeli, laboriosamente traducido al español por un morisco aljamiado, luego recogido prolijamente por el buenazo de Cervantes; y la obra completa de Jorge Luis Borges, toda rastreable a fuentes más o menos claras, más o menos oscuras, de la historia y la literatura universales, y con frecuencia copiadas verbatim por un Borges igualmente buenazo y prolijo. La pretensión es que ni Borges ni Cervantes “escriben”. No son autores en el sentido tradicional del término: son editores, traductores. Es decir: son, principal y específicamente, lectores: su mester no es la creación, sino la paráfrasis. Que sus obras sean citas de textos previos, refundidas, se sabe. Y porque lo sabemos, las disfrutamos más.
Cuando, como proponen Cervantes y Borges, la escritura es un acto de lectura (y viceversa, que el orden de los sumandos no altera el producto), produce algo muy distinto de un texto. Solemos pensar en los textos como islas claras y distintas, para usar la frase de Descartes. Los textos tradicionales señalan hacia adentro, hacia sí mismos. Pero un texto-lectura señala hacia afuera. En el caso de Cervantes, señala hacia la trillada novela de caballerías, hacia las melosas pastorales, hacia tantos modos y textos previos. En Borges, señala hacia cualquier cosa menos hacia sí. Cervantes y Borges saben que no escriben de cosas: saben que escriben de que escriben. Que se fascinen Cervantes y Borges ante la actividad del traductor no tiene nada de escándalo. La lectura más compleja, más rica y más minuciosa con la que podemos ofrendar u ofender a un autor es la traducción de su obra. Sigue leyendo