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Consuelo Gotay, Eduardo Lalo, La marcha de las letras, Las Brujas, libro de artista, necrópolis
por Lilliana Ramos Collado
Una termina comprendiendo por qué es tan difícil aprender a leer. Nada tiene de natural, es como civilizarse a la cañona eso de saltar de lo visual y evidente —el árbol, las nueces, tú o yo en el espejo— a lo conceptual, al garabato que nos señala hacia algo que no está frente a nuestros ojos. Si el petroglifo es un sapo minimalizado hasta casi desaparecer detrás de su nuevo ser como letra, la “A” o la “B” son huella de nada, no nos recuerdan nada. Sentí que mi mamá me engañaba cantando la cancioncita La marcha de las letras: “¡Que dejen toditos los libros abiertos ha sido la orden que dio el General, ¡Que todos los niños estén muy atentos, las cinco vocales van a desfilar! Primero verás que pasa la ‘A’ con sus dos patitas muy abiertas al marchar. Ahí viene la ‘E’ alzando los pies, el palo de en medio es más chico como ves. Aquí está la ‘I’, le sigue la ‘O’ una es flaca y la otra gorda porque ya comió. Y luego detrás llegó la ‘U’, como la cuerda con que siempre saltas tú!” [Si la quieres escuchar, pulsa aquí: https://www.youtube.com/watch?v=wOpPEz3sdoc ]
Esa marcha de las letras no es otra cosa que la insistencia de nuestra infancia en seguir viendo cosas donde sólo hay abstracciones ininteligibles dibujadas sobre el papel con líneas y barrigas que en nada se parecen a aquello que nombran. Y veo aquí el drama, en estrés, entre la palabra y la imagen.
A esa tentación cedieron siempre las grandes épocas analfabetas de Occidente: las letras miniadas de los manuscritos medievales se cargaban de adorno para inaugurar un texto, y así la figura, la imagen, seguía siendo el umbral de aquello otro que nos obligaba a traducir un trazo estéril, incomprensible, a una idea que quizás nos devolvería a la imagen, pero esta vez mental, pero esta vez íntima, acá, dentro de nosotros. A veces canturreo con cierta nostalgia la marcha de las letras por eso: quisiera regresar, con ello, a una precisión de la imagen que la letra se niega a darme. Sigue leyendo