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alfarería puertorriqueña, Arthur Asseo, bodegón, Caribe China, José Luis Colón, Lilliana Ramos Collado, Puerto Rico 1950s, Titanic, vajilla
Lo cierto es que la cultura de la mesa no sólo ejerce control de los modales, usos y costumbres, capacitaciones y gestos que signan quiénes somos, sino que alude a toda una cultura de la materialidad en la factura y en las formas de sus artefactos.
por Lilliana Ramos Collado
En la oscuridad ruidosa de una sala de cine en Levittown hace unos años, presencié una de las escenas más estremecedoras de mi vida. Un aparador se iba inclinando a cámara lenta mientras una enorme cantidad de piezas de vajilla blanca se precipitaba pausadamente hacia los espectadores. Era el gran Titanic, que se alzaba por un momento para desaparecer irremisiblemente bajo las frías aguas del Atlántico Norte. Su vajilla, volcada hacia nosotros, flotó por un momento en el aire y fue cayendo al suelo como cascada de porcelana. Me pareció curioso que la escena seleccionada para representar ese oscuro momento en la historia de la tecnología moderna fuera la escena de la destrucción de una vajilla. Escapada de su aparador, volcada en el suelo, insinuaba la destrucción de una domesticidad lujosa, de la falsa domesticidad de ese gigantesco hotel flotante que fue el Titanic, de la domesticidad costosa que separaba los ricos de los pobres. Irónicamente, el blanco y delicado material sonó como miles de campanas de cristal, quebradas, que tocaban a muerto: era el fin de una esperanza que unía los portentos de la tecnología marítima con la fina artesanía exotista de la porcelana inglesa. Era un golpe mortal a la soberbia del lujo aristocrático de los nuevos y viejos ricos de Europa y de América. Era, en fin, el hundimiento de un titán que abría el mundo a la verdadera revolución industrial del fordismo que inauguró el siglo XX. Sigue leyendo