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por Lilliana Ramos Collado
“Me encontré con mi vocación debajo de unos árboles, haciéndonos cuentos los muchachos del barrio. Tendría yo doce años y recuerdo el salto que me dio el corazón, de pura sorpresa, al ver que los niños aprendían, como un milagro.”
—Inés María Mendoza, “Mi primera lección”
“No conozco jardinero con mano santa para sembrar que no sea un enamorado de su jardín y, por enamorado ,conocedor de cada una de sus matitas.”
—Inés María Mendoza, “Nombrar, un buen ejercicio”

Jardines de Inés, Fundación Luis Muñoz Marín, foto por Panoramio.
A los doce años, ya Inés lo sabía: el espectáculo de la naturaleza es nuestro principal recurso para hacernos un lugar en el mundo y para comprender nuestra condición humana. En sus recuerdos de infancia predomina el elemento natural: su primera zambullida en el río en brazos de su padre, el recorrer la finca a caballo, la lucha de su madre contra la depredación del producto de su cosecha a manos de comerciantes inescrupulosos… paisaje y jardín son espacios entre los cuales oscila el pensamiento de Inés: la rica lejanía de nuestro bosque y de nuestro agro, y la íntima cercanía de un jardín lozano y bien atendido.
Amistarse con la tierra para hacerla rendir fruto, considerarla y protegerla para que nos fuese propicia, educar la mano labriega para cultivarla con deleite laborioso, fueron, desde el inicio de su pensamiento de niña, verbos tutelares que enriquecieron tanto su experiencia como su capacidad para comunicarla. Naturaleza y palabra, árboles y cuentos, serían para Inés inseparables. Por eso, maestra y estudiantes aprendieron en un mismo día iniciático el placer del campo y el placer de nombrar. Lo que comenzó ese día auspicioso bajo los árboles en 1920 pautó toda una vida de apego a nuestro paisaje, de defensa de nuestra naturaleza, de afirmación de nuestra firme y pequeña isla borinqueña. Sigue leyendo