por Lilliana Ramos Collado

Inés María Mendoza en su juventud.
Cuando definimos la “buena literatura” solemos comenzar por las cuestiones de estilo, para pasar luego a la intensidad con la cual el escritor, a través de su texto, pone ante nuestros sentidos aquello de lo que se habla. Nos puede conmover tanto la belleza del idioma, como la importancia que tiene el tema para nosotros como lectores; también, la energía con la cual el texto puede agarrarnos y hacernos vivir, en la imaginación, realidades distintas a la nuestra. Con frecuencia a los textos que nos impresionan le soportamos alguna deficiencilla en la expresión, o alguna falta de tino en la selección de las palabras. Con frecuencia en un texto que, en general, nos gusta, saltamos pasajes enteros porque no están bien logrados, o son repetitivos, o no parecen guardar una relación obvia con lo demás. Por eso, ¡qué grato nos parece el escritor que sabe conjugar sabiamente la belleza expresiva, la pertinencia temática, el entusiasmo contagioso y la buena ordenación de ideas profundas! Nos sentimos entonces ante la presencia de un gran texto que nos ha tomado en cuenta a nosotros, los lectores. Ante un texto así, sentimos que el autor pensó en nosotros. Un gran texto es el que nos incita a recorrer nuevos caminos hacia nuevas intuiciones sobre el mundo y sobre nosotros mismos.
Los textos de Inés María Mendoza, fruto de su afán de tocar el alma y la mente del lector, son así. En sus textos usualmente breves, redactados para periódico o incluso producidos como textos de ocasión, Inés, la ensayista, está atenta siempre a la belleza de su lengua, a la pertinencia de sus palabras, al pensamiento convocador y al entusiasmo contagioso. De esa gran escritora que fue Inés María deseo hablar aquí. Sigue leyendo →
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