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Con su Casa Ausente, Fernando Abruña trabaja la casa como experiencia del límite.

Fernando Abruña. Casa Ausente. En el «Patio del Sol y las Estrellas».
Lilliana Ramos Collado
Incluso en nuestro tiempo —que divide su afán entre estructuras efímeras y estructuras patrimoniales—, la arquitectura es una apuesta que se despliega en el tiempo. Como bien advierte Paul Virilio en su bello ensayo La inseguridad del territorio (1993), “la función de un espacio, en arquitectura, no es más que una asignación momentánea… Frente al proceso [funcionalista] de supresión de lo aleatorio y de lo indeterminado, se impone el análisis de las transgresiones del uso.” Los desarrollos teóricos del arquitecto puertorriqueño Fernando Abruña son precisamente ejercicios de transgresión del uso, de la habitabilidad y del concepto de edificación propiamente.
Producto de un pensamiento ecologista, en su práctica de diseño Abruña se ha concentrado en el replanteamiento de nuestras relaciones con el entorno “natural” proponiendo edificios que, al volverse parte de los procesos de ese entorno, devienen “ausentes”. La Casa Ausente (Toa Baja, Puerto Rico), proyecto emblemático de su quehacer, es a la vez efímera en su funcionalidad e imposible de patrimonializar. Paradójica, es pura posibilidad hecha materia, un juego a vivir al descampado. Sigue leyendo