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Atenas antigua, Buen gobierno, Edipo Rey, Incesto, Psicoanálisis, Sófocles, Sigmund Freud, Tragedia griega
A Sófocles, en su pluscuamfamosa tragedia, lo que le interesaba era el buen gobierno de la buena ciudad, los retos de ese buen poder bien ejercido, las trabas mitológicas que ponían en jaque el buen gesto de gobernar, y el capricho de los dioses contra esa sabia y buena inteligencia.
por Lilliana Ramos Collado
Siempre he resentido que Sigmund Freud nos echara a perder a Edipo. Un niño colgado de un árbol por los tobillos en gesto de compasión por un pobre campesino no es mi imagen de Edipo. Tampoco es mi imagen de Edipo un rey desesperado que entra en escena con los ojos reventados y de ellos manando el sangriento humor vítreo de su visión. No: en vez de sacrificado ante el poder del Padre omnipotente, de ese Layo asesino de niños que nada merecía sino la muerte, prefiero soñarlo joven, desnudo y de piel suave, mirando atentamente a la esfinge antes de contestarle la terrible pregunta que lo llevaría al trono de Tebas. Así lo pintó el célebre Jean Auguste Dominique Ingres en 1864, en uno de sus cuadros mitológicos más célebres y menos victorianos.
Edipo fue, antes que todo, un niño abandonado que logró llegar muy lejos gracias a su astuta inteligencia. Muchos piensan que casarse con su madre fue su error —y así descubrimos que Freud era un mediocre analizando mitología. Al contrario: el castigo de Edipo vino antes. Fue un hijo ejemplar de sus padres adoptivos corintios y huyó de su cómoda casa para evitar hacerles el daño que había predicho un oráculo: su bondad ingenua y pura le indujo a error. Su segundo error: fue más inteligente que la Esfinge. Y su tercer error fue enfrentar y matar a su padre verdadero cuando, caminando solo por una carretera en busca de un nuevo hogar, el anciano lo golpeó abusivamente para sacarlo del camino .