por Lilliana Ramos-Collado
“… En aquel imperio, el Arte de la Cartografía logró tal Perfección que el mapa de una sola Provincia ocupaba toda la ciudad, y el mapa del Imperio, toda una Provincia. Con el tiempo, estos Mapas Desmesurados no satisfacieron y los Colegios de Cartógrafos levantaron un Mapa del Imperio, que tenía el tamaño del Imperio y coincidía puntualmente con él. Menos Adictas al Estudio de la Cartografía, las Generaciones Siguientes entendieron que ese dilatado mapa era inútil y no sin Impiedad lo entregaron a las Inclemencias del Sol y de los Inviernos. En los desiertos del Oeste perduran despedazadas Ruinas del Mapa, habitadas por Animales y por Mendigos; en todo el País no hay otra reliquia de las Disciplinas Geográficas. [Sic]” —Jorge Luis Borges, “Del rigor en la ciencia”, El hacedor
“SUSANNA: Cosa stai misurando, /caro il mio Figaretto? / FIGARO: Io guardo se quel letto/ che ci destina il Conte/ farà buona figura in questo loco.” —Lorenzo da Ponte / Wolfgang Amadeus Mozart, Le noce di Figaro[1]
“Espero tener algo / que negar.” —Vanessa Hernández Gracia, Catalogaré II.
Quise comenzar citando un recuerdo museológico de Jorge Luis Borges (1960:847): un relato que describe el mapa de una ciudad que tiene las dimensiones exactas de la ciudad misma, y que el autor colocó en una sección titulada “Museo” de su libro El hacedor. Lo que en la materialidad urbana constituye mero hábitat, en el mapa se convierte en desmesura. La clave del mapa es la pequeña escala, que nos permite sobrevolar la urbe con una mirada cenital sin perder nuestra propia escala humana. Por lo tanto, un mapa tan grande como la ciudad derrota su propósito: poder andarlo con los dedos, poder reconocer —en la abstracción de forma y contenido— los rasgos esenciales de un territorio. El mapa es y no es la ciudad. Una identidad suficiente lo anima y lo legitima.
Según Denis Cosgrove (1999:2), el mapa encauza un tipo de lenguaje —el de la cartografía— convirtiéndose en una tecnología de comunicación:
To map is in one way or another to take the measure of a world, and more than merely take it, to figure the measure so taken in such a way that it may be communicated between people, places or times. The measure of mapping is not restricted to the mathematical; it may equally be spiritual, political or moral. The mapping’s record is not confined to the archival; it includes the remembered, the imagined, the contemplated. The world figured through mapping may thus be material or immaterial, actual or desired, whole or part, in various ways experienced, remembered or projected. […] Acts of mapping are creative, sometimes anxious, moments in coming to knowledge of the world, and a map is both the spatial embodiment of knowledge and a stimulus to further cognitive statements.
El mapa, como tecnología minimalista que comunica “informaciones” de diverso talante para conducir de diversa manera al advenimiento del conocimiento, es acorde con el concepto de aparato elaborado recientemente por Giorgio Agamben (2009:14) [2] de forma clara e incitante. Un aparato es:
…literalmente cualquier cosa que de alguna forma tiene la capacidad de capturar, orientar, determinar, interceptar, modelar, controlar, o asegurar los gestos, las conductas, las opiniones o los discursos de los seres vivientes. No se trata sólo de prisiones y manicomios, del panóptico, de escuelas, la confesión, las fábricas, las disciplinas, las medidas jurídicas, etcétera (cuya conexión con el poder es en cierto sentido evidente), sino también del bolígrafo, de la escritura, de la literatura, de la filosofía, de la agricultura, de los cigarrillos, de la navegación, de las computadoras, de los teléfonos celulares, y —por qué no—, del lenguaje mismo, que es tal vez el más antiguo de los aparatos—aquel en el cual hace miles de años un primate, sin querer, se dejó capturar, probablemente sin darse cuenta de las consecuencias que estaba a punto de enfrentar.
El mapa —aparato ausente de la lista de Agamben, pero que sigue de forma puntual su esbozo del concepto— hace la mímica de otro aparato aún más antiguo: el trazo, en la tierra misma, del límite del territorio, la línea que segrega el espacio entre lo sagrado y lo profano, segregación simbólica que ordena nuestra experiencia y que da cuenta de la fundación del ser en el mundo redimido del caos de lo irrestricto al entregarlo a lo sagrado del “lugar”. La diferencia entre, por ejemplo, la agrimensura (como trazo directamente sobre el terreno) y el mapa es una de escala, y, a diferencia de la relación signo/referente en el lenguaje verbal, el mapa recoge el territorio en la imagen de su forma y de su mensura. El mapa, mímica del trazo “real”, convierte el terreno en territorio, le da sentido al ordenar sus lugares y al realizar la trama de sus recorridos. Sigue leyendo →
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