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Jean Auguste Dominique Ingres, Le bain turc (1862)

 

por Lilliana Ramos Collado

Lo dijo Charles Baudelaire, hay que hablar del “libertinaje serio de las odaliscas de Ingres”, cuya exploración del desnudo femenino tiene que ver con una erótica de la desnudez abstracta en un espacio abstracto: el harén oriental donde las mujeres, concentradas en sí mismas, se ofrecen al voyerismo de observadores de un salón francés.

Pero yo las veo de espaldas en El baño turco (1862), a esas mujeres que, acariciándose unas a otras, que ungiéndose en aceites olorantes, escuchan la cítara de una de ellas y ondulan con sonrisas entre los vapores de una alberca de ondas sinuosas, como los cuerpos de ellas, como las risas de estos apetitos solitarios y solidarios. Son muchas y son bellas, y no nos miran. Más bien se dejan mirar en un abandono intocable, ocultas tras sus propias espaldas que, aquí, tienen el deber de cargar con el incógnito eterno de la belleza.

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Tiziano, Venere d’Urbino (1538)

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Guido Romano, Apolo y su amante (1527)

Las veo también afirmadas en su desnudez, como  en el famoso cuadro de Tiziano titulado La Venus de Urbino (1538) donde ella, recostada en un cómodo colchón, nos ofrece su mirada penetrante desde el muro de la galería de los Ufizzi. La Venus lleva su mano sobre el pubis. ¿Lo señala? ¿Se acaricia? ¿Se cubre? ¿Habrá algo tan inútil como cubrirse el pubis con la mano? ¿Será un guiño para atender un pubis urgente y solitario que nos busca, que busca nuestra mirada? ¿A quién mira esta Venus desde su cómodo colchón y desde el espacio pictórico de Tiziano? ¿Mirará al marido rico quien comisionó la pintura, o mirará a la joven esposa quien, en su lecho, la observará para aprender los ritos del coito? ¿Acaso la Venus pintada enseña a la joven esposa del magnate veneciano cómo conducir los dedos sobre el clítoris inexperto, tal como en el famoso grabado de Guido Romano el dios Apolo acaricia el pubis de una ninfa mientras sirve de decoración a uno de los sonetos lujuriosos de Pietro Aretino, siendo ambos amigos íntimos del gran Tiziano?

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Gustave Courbet, L’origine du monde (1866)

Las veo también abiertas, como en el óleo estremecedor de Gustave Courbet, El origen del mundo (1866) aparece ella con las piernas totalmente abiertas, pero donde sólo se ve el cuerpo entre las rodillas y los senos, deliberadamente a la vista la pequeña selva donde anida un pequeño nudo de sangre atento a nuestra mirada. Allí se encuentra una especie de promesa tan salvaje como la hirsuta cabellera que oculta y anticipa el placer, una promesa compleja que encubre y se ofrece, el ideal de una lucha clandestina y, a la vez, simple, como tentación, como negación, como verdad, como, a fin de cuentas, el origen del mundo.

Las imagino también en la poesía de tantos y tantos que imaginan mujeres accesibles, conciliadoras, dispuestas, pero al fin y a la postre renuentes, esquivas, frustrantes, cerradas, negadoras, y por lo tanto más bellas, más renuentes, más esquivas, y así están en los versos de Safo, de Catulo, de Propercio, de Neruda, de Shakespeare, de José María Lima, de José Ramón Meléndez.

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Jean Auguste Dominique Ingres, La baigneuse de Valpinçon (1808)

Y las vemos, qué sé yo, en la poesía de Nemir Matos Cintrón, quien se eleva sobre el lecho en las “alas de su crica en pleamar”, quien vuela a lomos de un verso que hace ya muchos años sublevó la poesía puertorriqueña desde una sinceridad contundente en una descripción clínica y gozosa, revoloteando cual mariposa sobre el lecho anónimo, como son todos los lechos donde se recuestan estas desnudas bellas, cercadas en imagen o en verso, pero allá lejanas, dedicadas al recato que les ofrece estar encerradas en la piel de una tela pintada o en el papel de un libro que, al cerrarse, se las lleva a otro mundo.

Así son las bellas desnudas de tela o de papel.

Nosotras acá somos más carnales, más seguras, más nuestras. Estamos al lado de acá porque la carne cuenta tanto como el lienzo y el papel. En la desnudez, leer, mirar y tocar van de la mano y en la mano. Pues, a fin de cuentas, la verdad de cada cual, es decir, la verdad, siempre anda desnuda.