Etiquetas

, , , , , , , , ,

La persona que regresa a casa regresa a rehacerla más ancha, más hermosa, enriquecida por el viaje.

por Lilliana Ramos Collado

El viaje se adelanta cuando nos adelantamos nosotros hacia el mundo. Los hay que nunca salieron de su casa, como Mercier y Camier, locos payasos de Samuel Beckett; los hay que prefirieron el más allá, como Dante, y pusieron pie en el Infierno, el Purgatorio y el Paraíso; los hay delirantes y ansiosos, como los que abordaron un cohete inventado por Julio Verne para ir de la tierra a la luna; los hay miedosos, los que viajan en secreto, y atisban el mundo de incógnito, como el hombre invisible de H.G. Wells; las hay chicas adorables secuestradas por piratas después de una falsa muerte, que regresan a su casa todavía vírgenes a pesar de haber visitado el mundo entero, como la Alatiel de Giovanni Boccaccio. Estos son ficción, pero están también los viajes verdaderos, como los de Pausanias, el primer turista de Occidente; como los de Marco Polo, primer antropólogo de Oriente porque regresó a su casa para hacer el cuento. Y más cerca de nosotros, Víctor Segalen nos cuenta sus aventuras como médico naval en el pacífico y nos da su versión material de lo que sólo habíamos conocido en las imágenes de nativas pintadas por Paul Gauguin.

Dice Goethe que el que sale de viaje lleva en los pies las alas de Hermes: entra en un mundo de lo imprevisto y abraza la posibilidad del accidente. Dice Baudelaire, en el poema final de Las flores del mal, que el saber que salvamos del viaje es un amargo saber. Dice el Marqués de Sade: “se aprende del alma humana en los cataclismos y en los viajes” y al equiparar el viaje con el cataclismo nos dice que en el viaje nuestra vida se disloca, se reescribe, se transforma, y luego de salir de casa nunca seremos los mismos. Pregúntenle a Don Quijote, quien evadido de su casa por la puerta de atrás, asumió el mundo como oportunidad de ser mejor de lo que había sido hasta entonces. Por eso amo el verso de Juan Antonio Corretjer que dice: “En la vida todo es ir”. Verso que nos llama al arrojo y a la valentía, que nos insta a salir hacia el mundo para transformarlo con nuestra propia andadura.

No es lo mismo viajar que turistear. El que viaja de verdad, asume el mundo como un arcano que debe irse conociendo mientras nos raspamos la piel con sus sorpresas. Las marcas que nos deja el mundo durante el viaje muestran cómo el mundo se ha inscrito en nosotros y cómo hemos nosotros dejado en él nuestra propia huella. Cuando tomamos el viaje en las manos, nada quedará igual, ni mundo ni sujeto. Pero el que viaja para traernos sólo imágenes que veremos con calma cuando regresemos a casa, evitan cortarse con los filos agudos de la vida, y se contentan con el álbum espasmódico donde quizás apenas sólo se ha plasmado lo que ya conocían desde antes de salir de viaje. La mirada rápida del turista sólo registra lo hemos visto en las fotos que llevamos en nuestras guías de viaje: hay que mirar mejor y largo rato para registrar lo que desconocemos, es decir, lo que vemos por primera vez, lo que constituye el descubrimiento que hemos hecho por nuestra cuenta.

Por eso el viaje verdadero es aventura fuera de serie, riesgo fuera de lo habitual, andadura fuera del camino trillado de lo doméstico y de lo domesticado. Hay que ser indómito para aprovechar el viaje, y hay que traer a casa fatiga de la buena, esa fatiga que nos dice que hemos vivido a la intemperie, que regresamos de un mundo proceloso, que regresamos otros de los que éramos, por lo menos eso. Es decir: la persona que regresa a casa regresa a rehacerla más ancha, más hermosa, enriquecida por el viaje. Pregúntenle al Cándido de Voltaire, quien regresó del mundo para cultivar su propio jardín. Y un jardín, plantado después de un largo viaje, no es cualquier cosa…

Leído en el programa radial Palabras Encontradas, Radio Universidad de Puerto Rico, en octubre de 2013.