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Si algo vemos en esa larguísima tradición de la ciencia ficción es que siempre insiste en cómo la mano humana, al manipular la naturaleza, puede darnos soluciones a las penurias de lo humano.

Seeking a Friend for the End of the World (Lorene Scafaria, 2012).

Seeking a Friend for the End of the World (Lorene Scafaria, 2012).

por Lilliana Ramos Collado

No es idea mía: fue Gastón Bachelard quien, en sus múltiples libros sobre la ensoñación, propuso que soñar es un derecho que atañe a la humanidad entera. Se trata de abandonar la idea del sueño traumático y ocupar ese espacio indescriptible para crear y para disfrutar nuestra psiquis profunda. El derecho a soñar nos da la cuerda necesaria para emprender proyectos de la imaginación, sobre todo en las artes creativas. Cuando Bachelard nos propone un derecho a soñar se opone a la larga tradición negativa que, como es el caso de Michel de Montaigne, le atribuye a la imaginación poderes que van en contra de la salud del individuo y puede llevarle hasta la muerte.

Quizás Freud, al localizar en el sueño las adivinanzas del trauma, sea parte de esa tradición negativa, mientras hay otros, como Jean-Jacques Rousseau, que nos advierten de las delicias de la imaginación erótica, y las ricas intuiciones políticas que surgen, precisamente, de la imaginación. Uno de los más interesantes filósofos de la Roma antigua, Luciano de Samósata, también proponía que, gracias al sueño y a la imaginación, podemos componer y eventualmente construir un mundo mejor.

Interstellar (Christopher Nolan, 2014).

Interstellar (Christopher Nolan, 2014).

La ciencia ficción es, posiblemente, el subgénero literario que más se dedica al trabajo de urdir mundos posibles. Si bien oscila entre las pesadillas de filmes como The Day the Earth Stood Still (Robert Wise, 1951) e Interstellar (Christopher Nolan, 2014), tanto la distopía como la utopía se nutren de nuestro desasosiego con el mundo presente: se nos propone que el mundo irá peor o que el mundo irá mejor. De hecho, si algo le pertenece a la ciencia ficción es que desapareceremos o sobreviviremos gracias al ingenio científico.

Sabemos de la ficción plein desde la más remota antigüedad, pero también la ciencia ficción tiene sus antecedentes antiguos. Por ejemplo, bellas novelas como La verdadera historia, de Luciano de Samósata, que narra un viaje interplanetario para discutir en ese contexto ultraterreno los problemas sociales del presente en el segundo siglo de nuestra era; en la bellísima novela de Heliodoro, Historia Etiópica o Teágenes y Cariclea, que nos habla del país de los hiperbóreos (de los que viven en el polo norte) y es en la tabula rasa de la nieve que imaginamos lo que puede ser una mejor sociedad. También está el propio Dante, en el siglo XIII, con su Divina comedia, que inventa un trasmundo que impacta el cosmos entero y lo convierte en un espacio moral, sobre todo en el nivel de las esferas celestes. También la extraordinaria utopía escrita en el siglo XV por Cristina de Pizan, La ciudad de las mujeres, que pormenoriza la aportación de las mujeres en las artes y las ciencias por el bien de la humanidad. Así, el viaje de Don Quijote y Sancho a lomos de Clavileño, el famoso caballo de madera, que lanza a los personajes fuera de la tierra para que puedan ver mejor los oscuros problemas de su presente. El Micromegas de Voltaire que nos propone mirar desde las esferas celestas hacia la tierra, gracias a un enorme personaje que nos observa desde allá. En 1817, Mary Shelley nos entrega su Frankenstein, o el Prometeo moderno, para aleccionarnos sobre las potencias y los desmanes de la ciencia de los cuerpos. Tenemos a Edgar Allan Poe, con sus cuentos sobre mesmerismo y sus relatos sobre momias y sus diálogos en el Empíreo, incluso su novela polar, Las aventuras de Arthur Gordon Pym, un viaje al polo como el que ya habían anticipado Luciano y Mary Shelley… Y para acabar el siglo XIX, tenemos la abundante producción de Jules Verne, cuyas novelas de ciencia ficción marcan la temática que aún distingue este género: Viaje al centro de la tierra, De la Tierra a la Luna, El rayo verde, 20,000 leguas de viaje submarino, etc. Y, de lo mucho que ha producido el Siglo XX, de entre las paranoias científicas de la maldad de los Otros, asómense a las Crónicas marcianas de Ray Bradbury, una verdadera joya de este subgénero literario.

Si algo vemos en esa larguísima tradición de la ciencia ficción es que siempre insiste en cómo la mano humana, al manipular la naturaleza, puede darnos soluciones a las penurias de lo humano. Pero ese mismo acto de incidir en la naturaleza y a contrapelo de ella nos puede, literalmente, deshumanizar. Y he ahí la apuesta de los autores de la ciencia ficción contemporánea: si la hipervaloración de la ciencia y de sus posibilidades representadas como infinitas nos llevará a la desgracia o nos llevará a la gloria. Nada más asomarnos a la peliculita amorosa Seeking a Friend for the End of the World (Lorene Scafaria, 2012), para ver que el fin será probablemente irremediable y que nuestra precaria ciencia no podrá ayudarnos en nada… pero, en lo que llega el final, amémonos más y sigamos soñando, ¿ok?

2001: A Space Odyssey (Stanley Kubrick, 1968).

2001: A Space Odyssey (Stanley Kubrick, 1968).