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Alegría Rampante, almacenamiento de música, Beatles, Eduardo Alegría, grabaciones musicales, Historia de la Música, Música, Música en vivo
por Lilliana Ramos Collado
Me gusta abrir los ojos a la Historia con mayúscula. Por los siglos de los siglos, la música estuvo en manos de improvisadores, cómodamente instalados en una o varias tradiciones, que construían sus propios instrumentos y participaban en actos colectivos comunitarios. Gracias al fondillo musical, los larguísimos poemas épicos resultaban más entretenidos, siendo el énfasis musical el que daba el pie para comprender los diferentes moods de la narración. La música acompañaba las procesiones, las batallas, los actos religiosos, los proyectos amorosos. Como contrapunteo del ruido escandaloso de lo real, la música, gracias al ritmo y la melodía, ponía orden en la vida, y nos daba un contenido apalabrado gracias al canto de los ejecutantes.
Es difícil recuperar esa música antigua que permitió el traspaso diversas tradiciones vitales entre padres el hijos, y entre los músicos y la gente. Existiendo como un arte de repeticiones siempre ajustadas a los presentes sucesivos, y existiendo como acto de la memoria colectiva y, por lo tanto, nunca consignada en la escritura, se nos ha perdido salvo por algunos milagros de la conservación. Queda, sí, la tradición de hacer música, y de traerla a cuento en cada momento importante para la humanidad. Fuera cómica o solemne, la música otorgaba sentido de pertenencia y sentimiento de estar participando en un hito singular. Y de la música al baile, pues, un paso fue. Así los cuerpos, incitados por la música, podían ser menádicos o sacralizantes. No en balde los dioses de la música fueron los que fueron: Baco, el dios del vino, siempre de rumbón; y Orfeo, el semidios, siempre dando o quitando orden del universo y de las cosas.
Aunque hubiera personas destinadas a aquellos actos que requerían por tradición la música y el baile, lo cierto es que la mayoría de la música ha sido acogida y promovida por compositores y ejecutantes independientes. No sólo creaban música y la interpretaban, sino que debían construir sus propios instrumentos y las formas en que podían conservar su trabajo. El músico, usualmente un cantautor, no se estaba quieto, pues su pan nuestro de cada día dependía de llevar un trabajo de comunidad en comunidad, para así asegurar que siempre le escucharan oídos nuevos, pues ahí estaban los chavitos: en la extraña novedad de una nueva melodía, de una nueva canción. En la música, la sorpresa de lo nuevo ha sido un aliciente para los músicos y para su público.
Fue con la invención de la grabación que comenzó el gran negocio de la producción musical. Si bien desde siempre hubo músicos y compositores favoritos —pues de ellos se habla de época en época— el hecho de que tuvieran que estar presentes ante un público frenaba el proceso de convertir su trabajo en mercancía: desde colocar el sombrero en el suelo en una plaza de pueblo para que los transeúntes echaran allí algunas monedas, hasta amenizar algún baile o alguna ceremonia, por lo general el músico devengaba su sustento día a día. Para el público, el efecto fue distinto: con la grabación el músico ganó la posibilidad de estar en todas partes y, por lo tanto, de incrementar su ingreso. Dislocar el trabajo del músico, y sacarlo de su cuerpo y de su espacio y llevarlo al evento descorporeizado de escuchar un cilindro de cera, un disco de pasta o de vinilo, una cinta grabada, un cd o un download de iTunes, no sólo nos separó del goce de la presencia de una interpretación única y efímera, materia de nuestros recuerdos futuros, sino que nos obligó a aceptar la mediación del mercado para satisfacer una necesidad total que, desde el comienzo de los tiempos, nos fue necesaria y ahora intermitente y costosa: el concierto en vivo.
Hoy volvemos a encontrarnos con los músicos trashumantes, con la presencia de la música “en vivo” en un gran estadio o en un cabaret o caminando por las calles de la de algunas ciudades en cuyas esquinas estratégicas los músicos nos ofrecen su repertorio de cerca y “en vivo”. Esto, combinado con el reciente publish yourself del cd en tiradas cortas que pueden llevar las nuevas propuestas musicales a un público reducido que usa el disco para recordar el concierto “en vivo”. Como si el disco “Indie”, o independiente, funcionara como un artefacto de la memoria gracias al cual podremos decir “Yo estuve en ese concierto”.
Lo bueno de las bandas independientes es eso, que nos ofrecen una mediación frecuente entre la presencia del músico y la descorporeización total de esa presencia. La grabación nos permite también historiar la música, ya que guarda la voz y la música que han huido del presente con el paso del tiempo. Quisiera pensar que nunca perderemos el cuerpo y la voz viva de la música. Nada como poder ver y escuchar. Nada como estar ahí, para que la música siempre y cada día nos devuelva la vida. Pero agradezcámosle a la grabación las buenas memorias.