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Hannah Arendt

Hannah Arendt

por Lilliana Ramos Collado

Leyendo la semana pasada un bello libro de Norbert Elias titulado Sobre el tiempo, surgió de nuevo la testaruda banalidad de la filosofía. El problema no es pensar, es dedicar gran parte del ocio neuronal a ponderar los llamados “grandes temas de la humanidad”. Como si la Humanidad fuera siempre una y la misma, y como si las situaciones que nos han aquejado a través del tiempo lo fueran también. Esa humanidad chata e indiferenciada, y la mala publicidad que le han hecho los grandes pensadores, de momento se resiste a dejar el diagnóstico de la crisis presente en manos de los «grandes filósofos» en estos tiempos de perplejidad.

Arendt manoLa humanidad evidentemente ha cambiado. Para empezar, se ha desgajado al hacernos sensibles a las diferencias tupidas y acalladas por hegemonías ciegas y sordas. El mundo siempre ha sido complejo, pero es ahora que nos vamos enterando. Nuestro primer gesto por acá ha sido darlo por perdido, hablar del fin de los tiempos —que no es otra cosa que el fin de las hegemonías— pero, volviendo a Elías, quizás sea bueno alcanzar finalmente, el final, es decir, el fin de los tiempos.

Y de momento pienso en las filósofas, preteridas, empujadas hacia el borde del pensamiento, teniendo que hacer filosofía en la cocina, como Juana de Asbaje, o teniendo que vender su cuerpo para entrar en una biblioteca, como Verónica Franco, o simplemente dedicándose a hablar de eso de lo que no hablan los “grandes” pensadores, pero sí las “pequeñas” pensadoras.

Arendt cabezaSe me ocurre, por ejemplo, el interés de Hannah Arendt en el totalitarismo, que considero un tema femenino por excelencia pues estudia cómo se imponen por la fuerza políticas del cuerpo para crear sujetos dóciles y obedientes, es decir, «femeninos». O la hipocresía y la coreografía moral de la política, como también estudia Hannah Arendt las revoluciones, o el problema de la persecución de los judíos, como también lo hace Arendt —examinar una enorme subalternidad condenada míticamente por una sociedad que deliberadamente fabrica cada día una minoría nueva que culpar de todos los males sociales. O la violencia social, como también atiende Arendt, y se adelanta a todo un siglo que vivirá las más crudas violencias de esta humanidad trozada en grupos, géneros, razas, clases sociales, preferencias sexuales, edades…

Quizás nos toque a nosotras, como amas de casa filósofas, dedicarnos a aquello que nos ha sido delegado por los siglos de los siglos: la filosofía de la intimidad, la filosofía del alimento, la filosofía de las materialidades en fuga y transformación hacia una filosofía del reciclaje y de la basura o lo excrementicio. La piel debe ser un tema nuestro, y desde la piel pensaríamos una filosofía de la frontera, del umbral, del entreluz, de la puerta y la ventana, de la hibridez, de todo aquello que desafíe la localización del límite. Quizás también deberíamos dedicarnos a una filosofía del nacimiento, y así le robamos a Sócrates el rol de partera oficial de la idea innata. Hay que atender la cotidianidad y la vida breve de los ciclos circadianos. Todos ellos quizás sean, para los grandes pensadores, pequeños problemas, pero son los de nuestro tiempo. En suma, estamos en un tiempo de filósofas. Dedicarse a los grandes temas como el mal, nos diría Arendt, es banal. Amigas, sentémonos a filosofar sobre las cosas que nos quedan cerca.

Arednt ojos