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Gran Fury,

Gran Fury, «Kissing» (1988).

por Lilliana Ramos Collado

Me levanté besucona hoy, y busqué mi antología personal de besos. He ido acumulándola por un interés personal: toda mi poesía viene de la literatura antigua —la poesía antigua no diferenciaba entre el amor heterosexual y el homosexual— pues de ella viene, sorprendentemente, esa equidad sexual de la que habla Adam Phillips, en la cual no hay jerarquía entre dos personas que se besan. De esos soberbios escritores, de su pensamiento, de su saber saborear el saber del deseo, viene mi aprendizaje poético. Eran más valientes, más observadores de los cuerpos que la mayoría de los escritores que creen que escriben poesía erótica en Puerto Rico hoy. Poca gente todavía lee a Lucrecio, a Safo, a Catulo, a Longo, a Caritón de Afrodisias, a Aquiles Tacio, a Helidoro, a Ovidio, pero yo sigo repasándolos y repensándolos, pues me encantaría saber a ellos, saber su sabor y su saber.

Quiero compartir con ustedes algunas de las reflexiones más interesantes que he encontrado, algunas antiguas, y otras contemporáneas cuya lucidez y pertinencia las asimila a ese antiguo saber:

“Dado el extraordinario virtuosismo de la boca, nos trae algunos de los placeres de comer incluso en ausencia de alimento. […] Freud escribe que besamos a otros en la boca porque no podemos besarnos a nosotros mismos. […] Los estilos de besar pueden ser observados, pero son difíciles de describir, como si el beso se resistiera a la representación. Llama la atención el que, distinto a otras formas de la sexualidad, haya pocos sinónimos para “besar”. No ha generado mucho slang o adquirido lenguaje mediante el cual pueda ser re-descrito. El hecho es que el beso es una especie de relato en miniatura. […] La forma en que una persona besa y le gusta que le besen muestra, de forma condensada, algo de su carácter. […] El beso es elemento fundamental en el proyecto siempre en marcha de determinar para qué sirve la boca. […] Siempre tenemos el retorno de la experiencia sensorial primaria de paladear a otra persona, experiencia en la cual la diferencia entre los sexos se ve bastante atenuada —el beso es la imagen de la reciprocidad, no del dominio—, pero es también experiencia sin precedentes en términos de desarrollo, pues incluye probar la boca de otra persona. […] Besar es una forma de domesticar, de controlar el potencial —al menos en la fantasía— de morder y de ingerir a la otra persona. De hecho, los labios están pegados a los dientes, y los dientes tienen gran talento para educar. […] Las bocas aprenden a besar […] como una forma de gratificar esa otro apetencia: la apetencia del placer independientemente del alimento. Cuando besamos, devoramos el objeto al acariciarlo; lo comemos, en un cierto sentido, pero mantenemos su presencia. Besar en la boca puede poseer una mutualidad que nubla la distinción entre dar y recibir.” —Adam Phillips, On Kissing, Tickling and Being Bored (la traducción al español es mía).

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Una alusión al cuadro de René Magritte,

Una alusión al cuadro de René Magritte, «Los amantes».

«Al poseerse, los amantes dudan.
No saben ordenar sus deseos.
Se estrechan con violencia,
se hacen sufrir, se muerden
con los dientes los labios,
se martirizan con caricias y besos.
Y ello porque no es puro su placer,
porque secretos aguijones los impulsan
a herir al ser amado, a destruir
la causa de su dolorosa pasión.
Y es que el amor espera siempre
que el mismo objeto que encendió la llama
que lo devora, sea capaz de sofocarla.
Pero no es así. Cuanto más poseemos,
más arde nuestro pecho y más se consume.
Los alimentos sólidos, las bebidas
que nos permiten seguir vivos,
ocupan sitios fijos en nuestro cuerpo
una vez ingeridos, y así es fácil
apagar el deseo de beber y de comer.
Pero de un rostro bello, de una piel suave nada
llega a entrar en nosotros salvo imágenes,
impalpables y vanos simulacros,
miserable esperanza que muy pronto se desvanece.

[…]

No basta la visión del cuerpo deseado
para satisfacerlos, ni siquiera la posesión,
pues nunca logran desprender ni un ápice
de esas graciosas formas sobre las que discurren,
vagabundas y erráticas, sus caricias.

[…]

Pero todo es inútil, vano esfuerzo,
porque no pueden robar nada de ese cuerpo
que abrazan, ni penetrarse ni confundirse
enteramente cuerpo con cuerpo,
que es lo único que realmente desean:
tanta pasión inútil ponen en adherirse
a los lazos de Venus, mientras sus miembros
parecen confundirse, rendidos por el placer.
Y después, cuando ya el deseo, condensado
en sus venas, ha desaparecido, su fuego
interrumpe su llama por un instante,
y luego vuelve en un nuevo acceso de futor
y renace la hoguera con más vigor que antes.
Y es que ellos mismos saben que no saben
lo que desean y, al mismo tiempo, buscar
cómo saciar ese deseo que los consume,
sin que puedan hallar remedio
para su enfermedad mortal:
hasta tal punto ignoran dónde se oculta
la secreta herida que los corroe.»
—Lucretius, De rerum natura, liber IV

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«En otra ocasión coincidió que una abeja o una avispa volaba zumbando alrededor de mi cara, y yo me eché la mano al rostro disimulando que me había picado y me dolía. La joven acercándose me retiró la mano y me preguntó dónde tenía la picadura. Yo le respondí: «En el labio. Cúrame con tus ensalmos». Y ella se arrimó y me aplicó su boca y susurró algo mientras me rozaba la punta de los labios. Y yo la besé en silencio, sustrayendo el chasquido de los labios, en tanto que ella, con un abrir y cerrar de los suyos con el susurro de su ensalmo, convertía el conjuro en besos.

Entonces ya la abracé y la besé sin disimulo. Y ella se apartó diciendo, «¿Qué haces? ¿Tu también pronuncias un ensalmo?» «Beso a la hechicera— contesté, porque has puesto el remedio a mis dolores.» Y añadí: «Verdad es que en tu boca llevas una abeja, pues estás llena de miel e hieren tus labios.»

Nos apartamos porque venía la sirvienta. Sentía la presión del beso como si fuese algo corpóreo y lo guardaba celosamente, vigilándolo como un tesoro de placer por ser una dulce avanzadilla. Pues incluso nace del órgano más hermoso del cuerpo, ya que la boca es el órgano de la voz y la voz reflejo del alma. Al producirse el contacto de las bocas y al descender la placentera sensación, izan las almas hasta el beso, y sé que, de un modo igual, no había gozado antes mi corazón. Fue en ese momento por primera vez cuando aprendí que nada hay que compita en deleite con un beso de amor.» —Aquiles Tacio, Leucipa y Clitofonte, libro II

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“Read my lips” —Gran Fury (1988)

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