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Nuestro país literario merece viajar con su historia completa, con sus baches, con sus silencios, y hasta con sus desaciertos. Sólo así el país  y su literatura parecerán verdaderos.

por Lilliana Ramos Collado

Escuchando a unos queridos amigos y colegas hablar de lo que necesitamos los escritores puertorriqueños para proyectarnos más allá de nuestras playas, pensé qué fácil era la vida de los escritores antiguos, medievales, renacentistas, barrocos, neoclásicos, románticos… Como si antes de tecnologías como la imprenta, los conceptos de diseño, paginación, encuadernación… como si antes de la invención del tipo de plomo o de la nota al calce, todo hubiera sido sencillo. Cada época literaria plantea retos en la materialidad de la expresión, siendo el libro en sí una tecnología como antes lo fueron el desarrollo de la memoria y la rima cantada, el rollo de papiro, o la talla en piedra o en tabletas de cera.

Hoy las tecnologías individualizadas permiten que cualquiera publique cualquier cosa, pero eso nada tiene que ver con ganar lectores en cantidades crecientes, diversificar nuestra producción literaria, o capturar el ojo de la crítica.

Algo que antiguos, modernos y contemporáneos compartimos es la necesidad de ampliar el círculo de escuchas y de lectores. Para ello, tecnologías como el libro y sus facsímiles digitales nos permiten estar presentes a la distancia. Estos libros no necesitan de nosotros para viajar, y nos garantizan, al menos, esa movilidad menos costosa. Al libro necesitarían sumarse las ediciones masivas de bolsillo y las traducciones, los catálogos de venta y las páginas web o blogs que hablen de nuestra producción y enamoren a lectores potenciales con nuestro talento.

Pero un país no puede ser representado por un solo sujeto que escribe, pues nadie posee la cara variedad, la diversidad de enjundias, y la riqueza de estilos que definen un medio literario complejo y vibrante: necesitamos que muchos escritores vayamos dibujando el perímetro ampliado de nuestras letras y hasta llegar a esos sitios «where no one has gone before«…

No sólo los escritores de nuevo cuño deben ser visibles en la palestra internacional. También nuestros clásicos y nuestros clásicos no tan clásicos, los escritores oscuros pero interesantes, y los escandalosos que escriben directamente para el mercado: todos, todos, todos deben estar bañados por la mirada de los otros. Nuestro país literario merece viajar con su historia completa, con sus baches, con sus silencios, y hasta con sus desaciertos. Sólo así el país parecerá verdadero.

Atrechos necesarios son: antologías cuidadas, problemáticas y deliberadamente portadoras de diversidad, si posible en formatos bilingües, con una nota biográfica de cada cual y con algún comentario crítico de suficiente precisión, todo inaugurado por un prólogo de conjunto que asuma los riesgos de esa diversidad que exponemos como un tesoro de posibles lecturas. También los blogs que incluyan muestras generosas de lo que está pasando en nuestras letras, con entrevistas en vídeo o podcasts, con fotografías, con pedazos del ser de la gente, y todo aquel complemento que nos permita mostrar que somos reales.

Pero, sobre todo, debemos viajar, andar la andadura y asumir la voz de cuerpo presente. Hay que escuchar en persona lo que nos dirán, y así seguiremos aprendiendo lo que de emocionante tiene vivir la literatura desde la voz y en carne propia.

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