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¿Debe un par de eruditos sin nada más que hacer, violar, postmortem, el deseo de un escritor de salvar ciertos textos de la mirada pública? ¿Es “literatura” cualquier vestigio arqueológico de un escritor?

Jan Peter Tripp, "Marcel Proust" (grabado) (2003).

por Lilliana Ramos Collado

Por supuesto que me sorprendió encontrar hace un mes, en una librería en la web, un tomo con la “poesía reunida” de Marcel Proust (1871-1922), cuya novela, En busca del tiempo perdido –en siete tomos que poseen una masa crítica de 3,500 páginas— es el texto narrativo más retante, poderoso y bien escrito de la modernidad tardía. Hasta los que odian a Proust lo aman por su extraordinaria novela.

A los 14 años, merodeando en las librerías de Río Piedras, me pareció que estos siete ladrillos, a $2.00 c.u., eran tremenda ganga. Cada uno tenía un título hermoso, sobre todo el segundo: “A la sombra de las muchachas en flor”. Siendo yo, a los 14 abriles, una “muchacha en flor”, agarré los siete tomos y salí con $14.00 menos. Me he regodeado en la lectura completa de Proust al menos ocho veces. Mi fervor por la literatura viene de ahí.

Oraciones larguísimas, morosas; caracterizaciones alucinantes, descripciones vívidas para todos los sentidos, gran variedad de situaciones, amplitud de temas —de la ciencia al arte, de la música a las flores o a los espárragos—, el excelente manejo del asunto del escritor incipiente, la novela dentro de la novela, la belleza inexplicable del lenguaje, hacen de À La Recherche du temps  perdu, novela de novelas, y de Proust, novelista de novelistas. Primero la leí en español en la impecable y bellísima traducción del gran poeta Pedro Salinas y de la duraca en traducción, Consuelo Berges. Luego en francés en La Pleïade. Y cada día me parece más genial.

Cuando me topé con el tomo de poesía, enmudecí. ¿Cómo el dios de la oración-párrafo y de la narración perpetua podía amoldarse a la síntesis del verso, a la implosión de la metáfora? ¿Cómo renunciar a esas larguísimas e hipnóticas descripciones y atenerse a un par de palabras? Ordené el libro, llegó, y me lo leí de un tirón. Quedé desolada.

THE COLLECTED POEMS. Marcel Proust. With an Introduction and Notes by Harold Augenbraum. New York: Penguin Books (2013).

THE COLLECTED POEMS. Marcel Proust. With an Introduction and Notes by Harold Augenbraum. New York: Penguin Books (2013).

Los poemas — producto de una búsqueda detectivesca de unos cuantos scholars franceses obsesivos, y traducidos en esta edición bilingüe francés-inglés por alrededor de 20 poetas— pertenecen a la tradición romántica de un Baudelaire o un Nerval, pero aquejados por la ironía trivial y la desidia de un poeta de salón.

Muchos de los poemas están dedicados al tema homosexual bajo el título “Intermitencias del corazón”, otros a los grandes compositores y pintores. Otros se recogen bajo “Miscelánea”, otros bajo “Pastiches”, otros son “Burlescos o satíricos” y otros son “Dedicados a…”. Por doquier se percibe el hastío aguado de simbolistas mediocres, la melancolía plástica de los esnobs, y la afectación insoportable de los malos imitadores de Oscar Wilde.

Su “Epitafio a un perro” — que nos refiere al tópico antiguo del “sta viator” o “detente viajero”—me parece buen ejemplo de esta poesía que evidentemente Proust destinó a sus fiestecillas con amigos y, finalmente, a la gaveta del olvido: “Aquí yace, amigo mío, el bello cuerpo de la bestia / que ladró sin cesar todos los miércoles./ Nadie —ni Whistler, ni Miguel Ángel ni Goya–/ podría pintar el horror de un visitante /cuando él acercaba la cabeza a sus pies. / Seas un ateniense o un dacio, sé piadoso, /tú que te acercas. Ruega a Hércules o a Freya por su alma. / Menos venturoso que Beulé, esta bestia que nos asustó sin piedad / ya no vendrá a las fiestas…”

Ante este tomo lujoso, de tapas verdiazules, con ingeniosa tipografía de viejo pasquín teatral, realizado por un batallón de traductores bajo el prestigioso sello editorial de Penguin, ¿qué pensar? ¿Debe un par de eruditos sin nada más que hacer, violar, postmortem, el deseo de un escritor de salvar ciertos textos de la mirada pública?¿Es “literatura” cualquier vestigio arqueológico de un escritor? Esto se preguntó Henry James en su genialmente cruel novelita The Aspern Papers (1888) y, más cerca de nosotros, la igualmente genial y cruel novela de A.S. Byatt, Possession (1990). James y Byatt aconsejaron silencio.

Lector@s querid@s, déjenme un comentario por aquí: ¿publicar la basura de un escritor, o echar al olvido con cierto decoro las flaquezas de su escritura?

Crédito de la ilustración de los ojos de Marcel Proust, Jan Peter Tripp, «Marcel Proust» (grabado) (2003).

[Publicado originalmente en la sección Tinta Fresca del periódico El Nuevo Día el 23 de junio de 2013]