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Por Lilliana Ramos Collado

Simone

Simone. Eduardo Lalo. Buenos Aires: Corregidor (2012)

La novela ‘Simone’ se levanta desde la ruina de su trama, desde el intento fallido de narrar.

Hace unos meses, cuando llegó la noticia de que nuestro Eduardo Lalo había obtenido el prestigioso premio Rómulo Gallegos en Venezuela, dije sin empacho que prefería concentrarme en dos libros anteriores pues, a fin de cuentas, no habían recibido la justa justicia del lectorado puertorriqueño, y me parecía oportuno concentrarme en ellos: “donde” y “Los pies de San Juan”. Más tarde dediqué otra reseña a lo que estimo su obra más sobrecogedora, “El deseo del lápiz”. Vitoreada y reseñada a nivel planetario, “Simone” quedó sobre mi escritorio esperando la ocasión propicia para comentarla.

Porque de “ocasiones” trata “Simone”, de encuentros que, en general, valen por fortuitos, y, los más, que valen por lo contrario, por ser “impropicios”. Son estos desencuentros los que pespuntean, sobre la tela del texto, la tragedia trunca de un final a la vez buscado y rehuido.

Clasificada como una historia de amor, la de “Simone” no lo es. Al contrario: narra de manera prolija la perpetua posposición del encuentro entre amantes separados por la distancia del juego al esconder, por la brecha cultural entre Oriente y Occidente, por la barrera de una sexualidad aviesa, por una narrativa que constantemente falla en dar con la trama. Al principio nos parece el juego medieval de la cacería: el amante anda a la caza de la amada, y luego vemos que, al contrario, la presa traza la ruta hacia su trampa, que al final descubrimos estar desplazada por huidiza, imposible de conocer y de entrampar.

El arcano de la mujer rige todo el movimiento textual, pues Simone —su nombre verdadero es Chao Li—nunca se define, ni se ve de cuerpo entero, ni se explica en sus palabras. Está siempre perdida en una ciudad que, aunque nos parece conocida —Río Piedras, sus zonas limítrofes—, va desdibujándose en virutas laberínticas cepilladas del cuerpo textual, las virutas de un cuerpo tan inasible e incomprensible como esa mujer escurridiza que se pierde en ella.

El motivo de la mujer tragada por el laberinto de la ciudad ha alentado prosas famosas. La “Desheredada”, de Galdós, la “Rayuela”, de Julio Cortázar, la “Eréndira”, de García Márquez, son algunas de estas mujeres perdidas en más de un sentido: ni se avienen a su papel de mujeres poseíbles, ni se prestan a ser miradas de frente y a plena luz. Rodeadas de oscuridad y de misterio, son como la belleza baudelaireana: en ellas consumirán los sabios sus eternos estudios. Y para nada: nunca se sabrá quiénes en realidad eran o son o serán.

Mujer-ciudad, como en el espléndido filme de Roman Polansky titulado “Chinatown”, es también mujer-misterio en la madeja de callejones sin salida donde siempre cabe la esperanza de poder cercar y atrapar a esa mujer-de-otra-parte. Y entonces recuerdo ese bello dicho de Jacques Lacan —“La mujer es un síntoma del hombre”—, y me pongo a pensar en esta mujer que, como decía José Liboy Erba, “cada vez se despide mejor”, y entonces regreso a ese narrador que protagoniza la narración de Eduardo Lalo, y entonces…

… ¡descubro que en esa despedida radica el hilo segmentado de esta trama! Esa china borrosa, inatrapable, ininteligible, es el síntoma de una narración que hurga, precisamente, en el “donde adverbial”, en el “don del” escritor. La novela “Simone” se levanta desde la ruina de su trama, desde el intento fallido de narrar. La novela se mira a sí misma y se encuentra “perdida”, “chinesca”, “laberíntica”, “intransitiva”, “intransitable”.

Escribo esto porque anoche regresé a las páginas sombrías de “Simone” y caté la distancia que separa a Eduardo Lalo de los narradores puertorriqueños más aceptados: inutilidad, desacierto lingüístico, atosigamiento literario priman en sus páginas desde siempre. La pregunta por el “donde adverbial” nos recuerda constantemente la falta de lugar para este discurso, lanzado siempre desde más allá de la cotidianidad en que queremos pensarnos. Las palabras de Lalo no hacen más que despedirse. Y la verdad es que cada vez se despide mejor.

[Esta reseña se publicó originalmente en El Nuevo Día el 29 de diciembre de 2013]

Otros ensayos sobre Eduardo Lalo en Bodegón con Teclado:

Sobre donde:

https://bodegonconteclado.wordpress.com/2013/06/19/las-letras-inutiles-y-libres-de-eduardo-lalo/

Sobre Los pies de San Juan:

https://bodegonconteclado.wordpress.com/2013/06/19/escenario-de-los-suenos-eduardo-lalo/

Sobre El deseo del lápiz: castigo, urbanismo, escritura:

https://bodegonconteclado.wordpress.com/2013/11/05/no-todos-los-muros-hablan-igual-el-oso-blanco-segun-eduardo-lalo/